REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, PABLO TUSSET

 

(Círculo de Lectores, Barcelona, 2001)

 

 

         La Beba movió dos sillas sin soltarme y nos sentamos frente a frente, a un palmo de distancia.

         - ¿Cuánto’ hace que no vienes a vernos, descastao?

         - Nos vimos en Navidad.

         - Rediós: y estamos a finales de julio, mal hijo… ¿Vienes por tu padre?

         - Sí…, bueno, por todos. Pero me han dicho que papá se ha abollao el chasis.

         - Brrrrr: procura no llevarle mucho la contraria qu’está d’un humor que pa qué…

         - ¿Y mamá?

         - Como siempre… ahora s’ha’puntao a unos cursos d’inglés.

         - ¿No estaba haciendo uno de restauración de muebles?

         - Lo dejó enseguida por el olor de barniz. Que le daba jaqueca, decía: “jaqueca”; mal de cabeza, vaya. Ahora l’ha dao por el inglés. S’ha comprao un ordenador con discos qu’hablan y el que tiene mal de cabeza ahora es tu padre. No le digas que te l’hi dicho.

         Se rió con toda esa caraza que tiene, pero enseguida recompuso el gesto al oír la voz de mi Señora Madre que se acercaba tras la puerta que comunica con el comedor.

(pp. 37 – 38)

 

 

         Se puso la Beba:

         - ¡Hombre, esto sí que’s bueno!, no me digas que nos añoras…

         - A ti siempre te añoro, culona. ¿Está mi madre por ahí?

         - Sí, con el ordenador de inglés, ¿quieres que la avise?

         - Por favor.

         Esperé un poco y al cabo se puso mi Señora Madre, de aparente buen humor.

         - Gut mornin, darlin, jau ar yu?

         - Hola, mama.

         - Veri güel, zancs. Aim glad bicos ai laik tu studi inglis.

         - Studing, mamá, en este caso se dice I like studing, en presente continuo.

         - ¿No será que tú hablas americano? Tienes un acento horrible. A ver: di “jólibut”.

         - Hollywood.

         - ¿Lo ves?: americano: siempre con el buble – buble en la boca. No debiste pasar tanto tiempo en…, ¿adónde fue que te fuiste?

(pp. 84 – 85)

 

 

 

         He observado que los mejores profesionales en asuntos prácticos son los más patosos redactando, justamente los que pretenden seguir las convenciones más retóricas pero sin acabar de hacerlo bien. Conocí a un cardiólogo de prestigio internacional, amigo de mi Estupenda Familia, cuyos crismas invariablemente decían “Amigos Valentín y Mercedes: que paséis una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo extendiendo sendos deseos a vuestros hijos”, maldición gitana que jamás llegó acompañada de la más mínima pista sobre qué deseo debían mis Señores Padres andar extendiéndome a mí y cuál en cambio les correspondía extender a Sebastián para que pudiéramos pasar mientras tanto unas Navidades decentes.

(p. 105)

 

 

         - Oye, ¿sabes qué me gustaría?

         - Qué.

         - Que me enseñaras el lugar. Mi amigo me ha contado maravillas, pero estoy seguro de que me las perderé casi todas si nos quedamos aquí.

         - ¿Quieres un cicerone? Muy bien, tráete el vaso. – Se dirigió al camarero -: Gerardo, nos llevamos las copas.

          Parecía hacerle gracia la idea de enseñarme el garito. Incluso me tomó la mano y tiró de mí.

         - A ver, ¿qué te apetece primero, el cielo o el infierno?

         - ¿Se puede elegir?

         - Claro. ¿No estudiaste el catecismo?

         - Debía de tener la cabeza en otra parte… Vamos primero al infierno, prefiero dejar lo mejor para lo último.

         - ¿Qué te hace pensar que el cielo sea mejor que el infierno?

         - Bueno, se supone que las palabras cargan con marcas connotativas que las dotan de un sentido complejo.

         - Ese Chomsky es un cretino.

         - Lo sabía.

         - ¿Lo de Chomsky?

         - No, que eras filóloga.

         - Pues te equivocas: me licencié en Historia.

(p. 262)

 

 

         La siguiente sesión familiar fue con la Beba, en la cocina. En cuanto me vio entrar se limpió las manos en el delantal y me arreó los dos besazos que generalmente no se atreve a darme delante de SM. Estaba a punto de empezar a darle forma de croquetas a la masa que tenía reposando en la galería:

         - ¿Qu’esperas, pa hablar con tu padre? Anda, vete haciéndome las cloquetas que voy a adelantar lo de tu madre. Ahora namás come pescao medio crudo y yerbas de mar: “largas”, dice qué… Mira tú qué ganas de comer largas habiendo cloquetas. Y sin la chica voy apurada de tiempo…

         Me lavé las manos y empecé a formar pequeños cuerpos oblongos con la pasta de besamel y bacalao desmigado. Ni se me ocurrió pensar que quizá era la última vez en mi vida que le hacía las croquetas a la Beba. Ella estuvo trasteando por la nevera y de allí sacó varios pequeños cuencos con algas. Reconocí entre ellas dos del mismo tipo de las que habían acompañado el bogavante en la cena con los Blasco.

         - Rediós, que’asco. Ni a los cerdos de mi pueblo les daba yo semejante cochinada. Dime tú si esta mujer no podría comer como to’l mundo… Oye, y a’sos chicos d’afuera tendré qu’hacerles algo, ¿no?

         Se refería a los gorilas de la puerta.

         - No te apures, hacen turnos.

         - ¿Y si no les toca el turno bien pa cenar?

         - Déjalos, Beba, ya s’habrá ocupao mi padre d’ellos.

         En este punto, tocada en no sé qué resorte, le dio por ponerse dramática.

         - Virgen santísima qué casa. Tú te crees que a mi edad, que tengo ganas d’estar tranquila…, eh, y cómo m’hi de ver, sicuestrada.

         - Beba, no exageres.

         - Secuestradas, estamos… Y suerte qu’el chico d’afuera, el grandón, ¿sabes?, mu majico, m’ha bajao a buscar Agua del Carmen…

         - Hay qu’echale un poco de paciencia, serán unos días namás.

         No le convenció mi intento de minimizar. Frunció los labios mientras dejaba caer montoncitos de algas en una fuente redonda y negó repetidamente con la cabeza:

         - No.

         - No qué…

         - Que’hay algo que m’escama. Y tengo un’amargura… Mira que tu hermano lleva una semana sin venir… ni llamar… ni respirar..., como si se l’hubiera tragao la tierra. Ya te digo yo qu’algo l’ha pasao…

(p. 315 – 317)