REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Katastrophe, RANDALL BOYLL

(Círculo de Lectores, Barcelona, 2001)

 

 

         - Ya lo tengo – dijo Perry. Levantó su alfil y lo llevó hasta el borde del tablero, amenazando diagonalmente uno de los caballos de Hank -. Si no lo mueves, lo pierdes – gruñó.

         - Muy bien – murmuró Hank, y movió el caballo al otro lado del tablero.

         Perry sonrió.

         - Despídete de él, mein Freund. – Desplazó el alfil por el tablero magnético mientras Hank lo observaba con evidente desconcierto -. ¿Mi movimiento te resulta demasiado complicado? – preguntó Perry tras unos momentos.

         Hank alzó la vista.

         - Has hablado en alemán.

         Perry miró en torno con fruncido ceño.

         - En las paredes no hay ningún cartel que prohíba hacerlo. ¿Qué he dicho?

         - Has dicho “amigo mío”.

         Perry se recostó con más fuerza en el respaldo de su silla.

         - Te ruego me disculpes, pero no sé cómo se dice en alemán “enemigo mío”. Quizá se diga mein Enemik. ¿Tú qué crees?

         Hank hizo caso omiso de la pregunta y adelantó otro peón.

         - Lo que ocurre es que, últimamente, uso con frecuencia el alemán, y ahora tú haces lo mismo.

         - ¿Y eso es raro?

         Hank hizo una mueca.

         - Lo raro es que no tengo ni idea de alemán. A mi padre le gustaban las películas de guerra, y no nos perdíamos ni una, pero lo único que aprendí de alemán fue Vo In Der Heck Is Der Volkswagen.

(pp. 68 – 69)

 

 

         - Lo que en estos momentos estamos presenciando es una de las cosas más misteriosas y excitantes que se han descubierto en la historia de la humanidad. Tengo la certeza de que ninguno de los aquí reunidos ignora el hecho de que, bajo hipnosis, ciertas personas pueden ser transportadas a lo que parece ser una vida previamente vivida. Ahora que he roto la barrera del nacimiento con Hank, y disculpándome con mis amigos presentes por ese primer grito del recién nacido del que no los advertí, voy a continuar. Hank no corre el menor riesgo y no recordará nada de esto; lo haré despertar sintiéndose mejor de lo que nunca se ha sentido.

         Se sentó.

         - Demos un gran salto – dijo -. Quiero que te remontes sesenta años más, hasta 1917. ¿Dónde estás ahora?

         Hank no dijo nada. Rebecca vio que los párpados de su marido se estremecían una vez. Ahora a la mujer le parecía más interesante observar a Perry. Éste había girado ligeramente en su silla, y estaba mirando los rostros. El suyo propio estaba animado por una expresión que a Rebecca le costaba definir. Parecía un escolar escondiendo una manzana tras la espalda momentos antes de dársela a la maestra. Expectante, con una amplia sonrisa aguardando en los labios, listo para recibir montones de elogios.

         - Frankreich – dijo Hank.

         El rostro de Perry se nubló y sus ojos se abrieron más. Se volvió hacia un lado.

         - Año 1917, Hank. ¿Dónde estás?

         - Frankreich.

         - Torre mata peón y el rey habla, Hank. ¿Dónde estás en 1917? ¿No te hallas en otra parte?

         - Nein.

         Una de las mujeres presentes dijo algo. Rebecca la miró. Era Debbie, la mujer de Bob Govern.

         - Está hablando en alemán – dijo, incrédula, y Rebecca recordó que la mujer era maestra de secundaria, y enseñaba tanto francés como alemán, aparte de ser entrenadora del equipo femenino de balonvolea.

         Perry la miró, ceñudo.

         - ¿“Frankreich”significa Francia en alemán?

         Debbie asintió con la cabeza.

         - No sabía que Hank hablase alemán -, pero hasta ahora lo está haciendo bastante bien.

         - En la secundaria, estudió alemán y prácticamente suspendió  - dijo Perry -. ¿No es así, Rebecca?

         La aludida alzó las manos. Por lo que ella sabía, el pequeño Hank y Hannah Thorwald habían inventado la puñetera bomba atómica.

         - En realidad – dijo Perry -, es habitual que quienes son transportados a otra vida hablen en el idioma del país en el que vivieron. Hay abundancia de casos documentados. – Volvió a centrar su atención en Hank -. Dejemos clara esta cuestión, Hank. Dices que en 1917, ochenta y un años antes de la fecha de hoy, tú estabas en Francia. ¿Qué hacías en Francia en 1917?

         Una vacilación. Luego:

         - Ich kämpfe.

         - ¿Estás combatiendo? ¿Contra quién combates?

         - Die Franzosen.

         - ¿Combates contra los franceses?

         - Ja.

         Rebecca, que ya estaba asombrada por la aparente fluidez con la que Hank hablaba en alemán, se preguntó brevemente cómo estaba Perry descifrando todo aquello.

         - ¿No combates también contra otro país?

         Hank tomó aliento, pareció suspirar.

         - Ja. England. Sogar die Amerikaner. Russland hat vor kurzem aufgegeben.

         Perry se volvió a mirar a Debbie Govern.

         - Habla demasiado rápido para mí – dijo.

         Ella pareció a punto de ponerse en pie, pero no lo hizo.

         - Está luchando contra Inglaterra e incluso contra los norteamericanos. Rusia se rindió hace poco. – La mujer se tocó el labio inferior -. Debe ser la Primera Guerra Mundial, Perry. Los rusos se retiraron de la guerra ese año debido a la revolución comunista. Pero tengo que añadir que el acento de Hank es impecable. Ni que hubiera nacido en Alemania.

         Perry se volvió.

         - Hank, un montón de cosas importantes están sucediendo en Alemania, y el mundo entero es un caos. ¿Es así?

         - Ja.

         - Pero… ¿estás en Francia por poco tiempo, estás allí para recorrer el frente e imponer medallas a los héroes de tu país?

         - Nein.

         Perry parecía estar volviendo a perder la paciencia.

         - Entonces, ¿qué haces allí?

         - Ich kämpfe.

         (…)

         - Sé que estás combatiendo – dijo Perry -. Sé que combates a los franceses, los ingleses y los norteamericanos. Pero quiero que me digas cómo los combates. ¿Estás en Berlín?

         - Nein.

         Perry se pasó una mano por la boca. Al hacerlo, se soltó con el pulgar uno de sus pendientes, y éste cayó sobre la alfombra.

         - Te diré qué haremos – le dijo a Hank, al tiempo que se quitaba el otro pendiente-. Remóntate otro año. Hasta 1916, ¿de acuerdo?

         - Ja.

         - ¿Estás en Berlín?

         - Nein.

         - Entonces, ¿dónde estás?

         - Frankreich.

         - ¿Estás en Francia para repartir medallas entre tus heroicas tropas?

         - Nein.

         Perry cerró el puño y golpeó con él el brazo del sillón reclinable. Bajo la única luz, el polvo se alzó en una pequeña nube con forma de hongo.

         - Entonces, ¿qué haces en Francia?

         - Bin hier um zu kämpfen.

         Perry volvió la cabeza.

         - ¿Traducción?

         Debbie Govern carraspeó.

         - “Estoy aquí para combatir”.

         Perry no hizo comentario alguno y se volvió de nuevo hacia Hank.

         - Ahora debes remontarte un año más. ¿Estás en 1915?

         Hank pareció vacilar por un instante y luego dijo:

         - Ja.

         - Dile a toda esta buena gente dónde estás.

         - Ich bin in Frankreich.

         Perry cerró los puños y se golpeó ligeramente los muslos con ellos. Luego separó los dedos.

         - Estás en Francia para imponer medallas a tus heroicos soldados, ¿no? Has viajado desde Berlín hasta las trincheras de Francia, la guerra ha empezado hace poco y estás seguro de la victoria.

         Hank vaciló, y luego respondió:

         - Ja.

         Perry pareció más satisfecho con esta respuesta.

         - Así que estás en Francia para imponer medallas a tus tropas. ¿Es así?

         - Nein.

         (…)

         Perry recuperó la compostura y se acercó a la silla de cocina que había junto al sillón reclinable.

         - Tengo mis motivos – gruñó, al tiempo que se sentaba. Su turbante pareció querer caérsele de la cabeza y él lo cogió con dos dedos, lo miró como si no lo hubiese visto nunca, y lo dejó caer.

         - El año es 1915 – dijo -. ¿Siempre estás en Francia?

         - Hauptsächlich.

         Perry miró hacia Debbie Govern, que tradujo:

         - “Casi siempre”.

         - ¿Eres el káiser?

         Hank aspiró profundamente.

         - Auf keinem Fall bin ich der Kaiser!

         Debbie Govern tradujo de nuevo:

         - “¡Ni hablar, no soy el káiser!” – Miró a los que la rodeaban -. Káiser significa rey, por así decirlo. Al rey de Alemania lo llamaban káiser. César, para ser exactos.

         Perry se volvió de nuevo hacia Hank.

         - O sea, que no eres el káiser. No eres el káiser Guillermo II, no eres el líder de Alemania durante la Primera Guerra Mundial. ¿Correcto?

         - Ja.

         - Entonces, ¿quién demonios eres, Hank?

         - Ich bin Gefreiter in den Gräben des grossen Krieges.

         Debbie se puso en pie.

         - “Soy cabo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial”.

         - ¿Y cómo te llamas, cabo?

         - Mein Name ist Hitler Gefreiter Adolf Hitler.

         - Oh, Dios mío… - susurró Debbie Govern, y volvió a sentarse en el suelo -. Ha dicho que se llama… No. No puede ser. No puede ser.

         Un horrible y estupefacto silencio se apoderó de la sala. Rebecca notaba el corazón en la boca.

         Perry se volvió hacia ellos.

         - Ocurre algo raro – dijo,  con el rostro lleno de alarma y el blanco cabello revuelto -. Yo lo programé para que fuera el káiser Guillermo, ya sabéis, el káiser cómico de la Primera Guerra Mundial. – Se volvió de nuevo hacia Hank -. ¡Dinos tu nombre!

         - Adolf Hitler.

         Perry se levantó, se apartó de él.

         - No es así, no es eso lo que debes decir. ¡Tú eres el káiser, el cómico káiser Guillermo! Se supone que debes comenzar a caminar por toda la habitación marcando el paso de la oca, porque todo esto no es más que una broma, un estupendo chiste.

         Perry tropezó con un par de piernas que fue rápidamente retirado, logró no perder el equilibrio y se volvió hacia los presentes.

         - ¡Es el káiser! ¡Le ordené que fuera el káiser!

         Se volvió de nuevo y se encaró con Hank.

         - ¡Dinos cómo te llamas, maldita sea! ¡Dinos quién eres realmente en esta vida pasada, dinos lo que te ordené que dijeras!

         - Mein Name ist Adolf Hitler.

         - ¡No es cierto! ¡Dinos la verdad!

         Hank hizo una pausa y luego, como a cámara lenta, volvió la cabeza para mirar directamente a los ojos de Perry.

         - Mein Name – dijo – ist Adolf Hitler.

         La gente se estaba poniendo de pie. Rebecca intentó levantarse y al hacerlo se torció un tobillo y volvió a dejarse caer. Los dientes le castañeteaban, mordiéndole los costados de la lengua. Sintió en la boca el salino sabor de la sangre.

         -¡Yo no había planeado esto! – comenzó a gritar Perry -. Era una comedia que pretendía ser graciosa. ¡Le he estado enseñando a Hank algo de alemán bajo hipnosis, y diciéndole que él era el káiser! – Se abalanzó hacia Hank y lo levantó del sillón tomándolo por la camisa -. ¡Tienes que ser el káiser Guillermo! –le espetó a la cara -. ¡Tienes que ser el que yo te dije que fueses, joder!

         Hank se sostenía ahora muy bien sobre sus propios pies.

         - Mein Name – dijo, con preciso y sonoro acento alemán – ist Adolf Hitler.

         Rebecca se puso dificultosamente de rodillas y trató de levantarse, pero la sala se movió hacia un lado y ella notó que se caía…

         Luego, durante largo tiempo, sólo hubo oscuridad.

(pp. 124 – 130) 

 

 

         Aunque era una tontería, Von Wessenheim se tapó las orejas con las manos, una última oportunidad de mantener la cordura. El ruido se filtró a través de ellas, y Von Wessenheim comprendió que la situación no tenía remedio, a no ser que él hiciese algo. Se acercó a la cama en la que su compañero de celda dormía. Golpeó con una rodilla el armazón de la cama, una vez, dos. Fue patentemente un esfuerzo inútil. Se inclinó sobre el hombro y repasó una vez más sus escasos conocimientos de inglés. Aufwachen era la palabra alemana, pero ¿cuál era su equivalente inglés? Otro ronquido taladró sus tímpanos y él tomó aliento para gritar.

         - Um Gotten Willen, aufwachen?

         Por el amor de Dios, sí. Por el amor de Dios como mínimo.

         El hombre rebulló. Abrió y cerró los párpados y murmuró unas palabras carentes de sentido.

         - Torre mata a peón.

         A fin de obligarlo a volverse sobre el estómago, la única cura para unos ronquidos de aquella magnitud, Von Wessenheim lo sacudió ligeramente. Pero el hombre volvió a perder la conciencia y roncó de nuevo, esta vez algo menos fuerte. Von Wessenheim volvió a su cama. El “negro” que escribiese su libro se las vería y se las desearía para describir los sentimientos de intensa fatiga y de enloquecedora frustración que él estaba experimentando.

         Resignado, Von Wessenheim se sentó en la cama y escondió el rostro entre las manos. Ahora, entre los ronquidos, el joven gruñía y farfullaba palabras casi ininteligibles, removiéndose en la cama lo suficiente para hacerla crujir.

         - Ich bin Gefreiter

         Von Wessenheim alzó vivamente la cabeza. Ich bin Gefreiter? ¿Soy cabo? No, la fatiga estaba otra vez haciéndole oír cosas raras. El hombre sólo farfullaba incoherencias.

         - Auf keinem Fall bin ich der Kaiser…

         ¿Cómo?

         - Verdammte Juden…

         Von Wessenheim se llevó ambas manos al pecho, la una sobre la otra. Malditos judíos. El joven lo había dicho con toda claridad. ¿Por qué iba un vagabundo norteamericano a maldecir en sueños a los judíos?

         - Ich bin Soldat… ich kämpfe… ich bin…

         Von Wessenheim se levantó, morbosamente fascinado. La solución a aquel misterio estaba lo bastante cerca para alargar una mano y cogerla en el aire, como una pompa de jabón. Habría resultado emocionante imaginar que, de algún modo, el destino lo dirigía, pero en realidad él era agnóstico, no sabía si existía Dios, y no le importaba que existiese. Pero Hitler había creído firmemente en el destino, se había sentido guiado por él hasta el último minuto, hasta que se dio cuenta de que el destino lo había engañado desde el principio.

         - Schadenfreude… 

(pp. 370 – 371)

 

         Ya estaba bien. Von Wessenheim lo levantó de la cama agarrándolo por la pechera de la camisa, tiró de él haciéndolo erguirse y lo agarró por el pelo para mantenerle la cabeza alzada.

         - Aufwachen! – le espetó a la cara, y luego se irguió por un momento para ver si había alguien escuchando. Ya tranquilo, siguió -: Bist du Adolf Hitler? Bist du der Führer?

         Los ojos del vagabundo volvieron a abrirse y cerrarse.

         - Also wurde ich Antisemit.

         Von Wessenheim tragó saliva. Aquélla era una frase muy conocida de Mein Kampf, el libro que Hitler había escrito en prisión.

         - Bist du Adolf Hitler?

         El joven se irguió y sus ojos permanecieron abiertos, aunque vidriados, como si se hallase en trance. Tras tomar brevemente aliento, respondió:

         - Ich bin Führer des Deutschen Reichen.

(pp. 372 – 373)

 

         En una escalera mecánica, bajaron hasta las cintas rodantes. La maleta de Von Wessenheim era el único equipaje que llevaban, y en cuanto la hubieron recogido se pusieron en otra cola. Hank vio cómo un agente abría el bolso de una mujer y revolvía su contenido. Von Wessenheim ofreció su maleta. El agente puso una mano sobre ella.

         - Enthält Ihr Koffer ausländische Früchte, Gemüse, oder Fleisch?

         El cerebro de Hank tradujo la frase con facilidad: ¿contiene su equipaje fruta, vegetales o comida extranjeros?

         - Nein – respondió Von Wessenheim.

         - Alles gut.

         - Todo en orden – dijo Ulgard a Hank, y comenzaron a alejarse. Dirigiéndose Von Wessenheim, Ulgard dijo -: Tengo que volver a mi despacho. Buenos días.

     (pág. 421)

 

 

         - ¿O sea que habla usted alemán?

         - Sólo las palabras que él me enseñó.

         - Entonces, dígame: braucht man eine Versicherungsdeckungskarte bei einer Straßenbahnhalstelle?

         Sin darse cuenta de lo que hacía, Hank contestó:

         - Das ist Blödsinn.

         - Maravilloso – dijo Ilsabeth mientras Hank construía un patíbulo mental y se ahorcaba en él -. Una pregunta estúpida llena de grandes palabras, respondida con una contestación muy sensata, como si hubiera usted vivido en Alemania toda su vida.

(pág. 438)