Hacia 1922, en una de las ciudades de Connaught, eran muchos los que conspiraban por una Irlanda independiente. Lilo D. era, sin duda, uno de los más destacados activistas. Hijo de emigrantes italianos, se había adherido a la causa con exagerado fervor: Irlanda era el porvenir utópico, pero también una amarga y cariñosa mitología que sus ancestros no le habían legado.
Un atardecer que Lilo D. no olvidaría, llegó un afiliado
de Munster: John Vincent Moon. Aquella misma tarde tuvo ocasión de salvarle la
vida cuando un soldado trató de detenerles: en lugar de echarse a la fuga,
Vincent Moon había quedado petrificado por el terror. Lilo D. hubo de
retroceder sobre sus pasos, derribar al soldado y rescatar a Vincent, aunque no
pudo evitar que éste fuera herido mientras huían.
Escondidos en la quinta del general Berkeley (donde Lilo
D. se había visto obligado a permanecer durante aquel otoño), Lilo D. curó a
Vincent Moon de sus heridas y restó importancia al acto heroico que acababa de
realizar, salvándole la vida: - “Pero usted se ha arriesgado sensiblemente”
–había dicho Vincent.
Un día después, Vincent Moon comenzó a interesarse
sobremanera por los “recursos” del partido. Lilo D. le comentó las penurias que
padecían, la gravedad del asunto. Vincent creyó advertir cierto grado de
desencanto en las palabras de Lilo, pero trató de restarle importancia (tanta,
que nunca más volvería a pensar en ellas y en su trascendencia). Conjeturó que
tenía fiebre, y sufrió un doloroso espasmo en el hombro.
Durante nueve días, Vincent Moon padeció fuertes fiebres,
y Lilo D. apenas apareció por la quinta. Se excusaba argumentando que los
compañeros esperaban, y le hablaba de los camaradas de Elphin que habían
vengado. Las fiebres padecidas hicieron creer a Vincent que sólo había pasado
un día.
El décimo, la ciudad cayó definitivamente en poder de los Black and Tans. Ese mismo día, Vincent
Moon recibió una extraña llamada y tras arduas negociaciones acabó aceptando el
trato que los soldados le ofrecían. Cuando llegó el momento, los soldados
apresaron a Lilo D. y éste, en represalia, acabó marcando a Vincent de por
vida: una larga cicatriz habría de recorrer su rostro. Después de esto, Vincent
cobró los dineros, presenció su propio fusilamiento, huyó al Brasil…, y en una
de sus tantas noches de borrachera, para acallar su conciencia, acabó
confesando a un desconocido Borges la historia de su infamia, y rogando su
desprecio…
Pero la historia no estaría completa si no nos detuviéramos
en algunos pasajes que Vincent desconocía. Cuando Lilo D. se percata de la
cobardía de Moon, reflexiona sobre un supuesto: “lo que hace un hombre es como
si lo hicieran todos los hombres”. A Lilo D. le abochorna la cobardía de Moon,
y acaba sintiéndose igualmente cobarde: es la excusa que busca. Aprovecha los
episodios febriles de Moon, y abandona la quinta. Contacta con el enemigo y
negocia su deserción. Sabe que la guerra está perdida, y que en pocos días la
ciudad habrá de ser tomada: ese día él será “vendido”. Nadie habrá de conocer
jamás estas maquinaciones, y sus camaradas habrán de convertirle en mártir o
héroe. Lilo D. conoce el punto débil de Moon: su codicia, aunque también sabe
que serán necesarias más de treinta monedas (no hay que olvidar que Vincent se
siente en deuda con él, le salvó la vida).
Cuando el décimo día los soldados contactan con Vincent
Moon, Lilo D. está escondido, escuchando la conversación. Necesita cerciorarse
de la traición. Después simula una persecución para que Moon no sospeche, y le
persigue infructuosamente por una quinta que conoce al dedillo (recordemos que
estuvo refugiado en ella durante el otoño). Segundos antes de que llegue el
enemigo, lo acorrala…, y entonces le detienen, no sin que antes el “héroe”
arranque el alfanje del general y marque a Moon el rostro: condena a Moon a
llevar consigo la marca de su traición.
Vincent Moon cobra los dineros y huye al Brasil, pero
antes observa a unos borrachos fusilar a un maniquí. Él cree que están
representando su fusilamiento, tal como acordaron, para que sus compañeros
desconozcan su traición, pero la muerte que representan es la del “héroe”. La
traición de Moon acaba estando en boca de todos, y el “mártir” es llorado por
los suyos.
Cuando Moon, que ha arruinado su vida entre remordimientos
(vendió al hombre que le amparó), confiesa a Borges su historia y espera como
un bálsamo el desprecio de éste (como
antes de tantos otros), está ignorando que Lilo D. Latramma ha hecho de él el
ser repugnante que nunca fue.
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