REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ESPAÑA EN LOS NOVECIENTOS AÑOS DE LA UNIVERSIDAD DE BOLONIA

 

ABC DE LA EDUCACIÓN, 3 de mayo de 1988, número 181

 

España está presente en Bolonia desde hace algo más de seiscientos años. En 1364 el cardenal don Gil de Albornoz fundaba el Colegio de San Clemente de los Españoles. Desde entonces hasta hoy generaciones de universitarios españoles se han formado en las aulas de la Universidad que celebra en este año su noveno centenario. Los bolonios han traído a España, fundamentalmente, una preparación jurídica y una renovación de los cuadros universitarios. Con la investidura del Rey Don Juan Carlos, el próximo jueves, como doctor «honoris causa» por la universidad de Bolonia, se continúa una tradición de visitas reales. En 1530 fue coronado el emperador Carlos V en la iglesia de San Petronio. En 1923, los Reyes, Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, visitaron el Colegio de San Clemente. El lector encontrará a continuación una entrevista con el rector del Colegio de España y artículos de Íñigo de Arteaga y Felguera, duque del Infantado, presidente de la Junta del Patronato del Real Colegio de España, y de Evelio Verdera, anterior rector de esta institución.

 

 

FIESTA MAYOR EN LA PRIMERA INSTITUCIÓN QUE SE LLAMÓ ESPAÑOLA

 

Declaraciones del Rector del Colegio de España en Bolonia

Roma. Alejandro Pistolesi

 

El Colegio de España en Bolonia espera la llegada de Sus Majestades los Reyes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, repasando los hitos más gloriosos y significativos de sus seiscientos años de historia. Guillermo García Valdecasas, rector del Colegio, recuerda ahora la vinculación de España y sus Reyes a esta institución.

 

 

 

 

El colegio fue fundado por el cardenal Gil de Albornoz en 1364, fecha que nos sitúa enseguida ante una realidad muy concreta: «El Colegio de España ­ observó en efecto el rector – fue la primera gran institución que se llamó española, aun antes de que se perfeccionara la unidad de España.»

Con la emoción natural que lleva consigo la augusta visita, el colegio se prepara ahora para un acto trascendental de su propia historia, o sea, la aceptación, por parte del Rey, de la «regia protección» instituida por los Reyes Católicos.

«Es la tradición más antigua de la Monarquía española como tal –explicó el profesor García Valdecasas-, y fue introducida con la autorización del Pontífice Inocencio VIII en 1488. El hecho de invocar la protección de los Reyes de España vino a ser un nuevo elemento destinado a ennoblecer aún más las constituciones originales del colegio. La regia protección la confirmó Carlos V, que estuvo en Bolonia, y la mantuvieron Felipe II y demás Monarcas españoles. Yo considero –añadió el rector- que es muy significativo que el viaje de Sus Majestades se verifique ahora, que se cumple el medio milenio de dicha regia protección. Se trata realmente de una coincidencia providencial. »

 

-¿Cuáles son, profesor, sus sentimientos como rector del Colegio de España ante el acto que se prepara en la Universidad de Bolonia?

-Me conmueve, ante todo, el que la Universidad más antigua del mundo haya abierto un nuevo capítulo en su larga historia, para hacer, al cabo de novecientos años de su fundación, lo que no había hecho nunca, o sea, concederle el doctorado «honoris causa» a un jefe de estado extranjero.

 

-¿Es único, por tanto, el caso de España en Bolonia?

-De momento, sí. Luego, al amparo de haberlo hecho por el Rey de España podrá haber otras concesiones a jefes de Estado, pero toda esta nueva etapa se ha ideado pensando primero en el Rey de España, y esto por dos motivos fundamentales: El prestigio personal inmenso que tiene nuestro Rey en el mundo y los lazos históricos que unen a España con Bolonia, que son únicos y absolutamente excepcionales, ya que llevamos aquí, con mucha honra, seiscientos años y aquí se han formado desde hace siglos gran parte de las personalidades más representativas de nuestra cultura e historia.

 

-¿Algunos nombres de «bolonios» famosos?

-Sin orden cronológico y muy brevemente recordaré a Juan Ginés de Sepúlveda, capellán de Carlos V y autor de obras de filosofía, teología, historia y derecho; a Antonio Martínez de Cal y Jarba, más conocido como Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática española; a Antonio Agustín, obispo y arzobispo, nuncio en Inglaterra, economista, jurisconsulto, escritor y arqueólogo; a Francisco López de Gomara, historiador y capellán de Hernán Cortés, autor de la Historia general de las Indias; a San Raimundo de Peñafort y a San Pedro de Arbues, que es el más antiguo entre los famosos y murió martirizado al pie del altar, y en fin, a muchos presidentes de antiguos Consejos Reales y a diplomáticos y ministros de épocas más recientes.

 

-¿Hay algún episodio histórico que refleje cumplidamente el afecto de Bolonia hacia «su» Colegio de España?

-Uno de los más emblemáticos fue el que se verificó el siglo pasado cuando la invasión francesa. Napoleón declaró extinguido el colegio y ordenó que se vendieran todos sus bienes, incluso el palacio. Convocada la primera subasta, no se presentó nadie. La segunda partía de un precio base que era la mitad del anterior, pero tampoco se presentaron compradores. La tercera se convocó sin precio base: el palacio podía haberse comprado con una lira. Esfuerzo inútil. La ciudad de Bolonia no quiso participar en el expolio. El palacio fue declarado «cosa de nadie» y las tropas napoleónicas lo saquearon y utilizaron como cuartel hasta la caída de Bonaparte. Luego, la ciudad colaboró generosamente en la restauración cuando fue devuelto a España, su legítima propietaria. Volvió a funcionar enseguida.

 

Al final de la entrevista, el profesor don Guillermo García Valdecasas quiso subrayar que en la gran emoción que despierta el viaje de Sus Majestades a Bolonia «no hay retórica alguna, sino un sentimiento muy hondo al ver que se corona un proceso histórico larguísimo, en el que van a coincidir dos hechos trascendentales: la culminación de las celebraciones del noveno centenario de la Universidad de Bolonia y un gran acto español, concretamente de la cultura española, con la presencia multitudinaria de los intelectuales españoles que van a acompañar a sus Reyes en una circunstancia tan entrañable.»

 

COLEGIO DE SAN CLEMENTE Y UNIVERSIDAD

Evelio Verdera y Tuells

 

El viaje de Sus Majestades a Bolonia, con motivo de la investidura del doctorado honoris causa de Su Majestad el Rey, se encuadra en una tradición de visitas reales que se remonta a 1530, con ocasión de la coronación del Emperador Carlos V, en la iglesia  de San Petronio, y a la visita que realizaron en noviembre de 1923 don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia al Colegio de España, la famosa fundación del cardenal don Gil de Albornoz, que desde el lejano 1364 es el signo más representativo de la presencia española en aquella ciudad.

Es sobradamente conocida la fuerte atracción que la ciudad de Bolonia, centro cultural de primer orden, ha ejercido desde antiguo sobre escolares procedentes de toda Europa, especialmente a partir del siglo XI, alimentada por la creciente fama de los maestros y la fascinación ejercida por el nuevo derecho.

A pesar de las incertidumbres, que no han sido todavía despejadas, sobre los primeros tiempos del Studio, no se discute la muy temprana presencia de numerosos escolares españoles, plenamente documentada en el «Chartularium», y en estudios particulares, como el llevado a cabo para los estudiantes catalanes en el siglo XIII (J. Miret).

La documentación disponible a partir del siglo XIII ha permitido reconstruir la vida diaria de los escolares españoles en Bolonia. Ya desde entonces, Bolonia tiene merecida fama de hospitalaria y los españoles siempre nos hemos encontrado a gusto en aquella ciudad vital y culta. El escolar español, que en pleno siglo XIII escribe a sus padres lejanos, contándoles que «Bolonia es viva, alegre y bella», que allí se percibe una «nueva ola» y se «respira un aire vivificador», y el conde de Romanones, colegial en 1885, en cuya obra está constantemente presente el recuerdo del Colegio, «que continúa siendo para mí –escribe- el más grato de mi juventud», y de aquel periodo, que no duda en calificar de «los más felices de mi vida», en una ciudad amable, escenario de su «primera salida al mundo» y de su «primer vuelo de hombre», responden a sus sentimientos compartidos por cuantos hemos tenido la singular fortuna de ser escolares españoles en aquella inolvidable ciudad de los estudios.

La entrada del cardenal don Gil de Albornoz en la ciudad el 28 de octubre de 1359, como Legado pontificio, designado en Avignon por Inocencio VI, supondrá, casi resulta ocioso decirlo, el afianzamiento definitivo de la presencia cultural española en Bolonia. Gustosamente acogido por la nobleza, la comuna y el pueblo, el cardenal entra en la ciudad, en la que dejará la impronta más perdurable de su obra.

En efecto, el 29 de septiembre de 1364, don Gil otorga testamento público y solemne en el que instituye heredero universal de todos sus bienes, y en particular de todos sus libros de Derecho canónico y de Derecho civil, a un Colegio que debería construirse en Bolonia, cerca de las escuelas, con huerta, patios, habitaciones y una capilla dedicada al mártir San Clemente y que con profética conciencia de la unidad de España quiere que se denomine «domus hispánica». Dispone que se compren los terrenos adecuados y se inicie inmediatamente la construcción del edificio, diseñado por Mateo Garrapone de Gubio, su técnico de confianza, e imprime gran celeridad a las obras que deberían terminarse para la festividad de Todos los Santos de 1366. No concluyeron, sin embargo, hasta el 24 de mayo de 1367, de modo que el cardenal, que muere en Biturbo el 23 de agosto del mismo año, y no que no llegó a visitar los trabajos, como anunció repetidamente, tampoco pudo verlos culminados.

El soberbio edificio, ya descrito por Juan Ginés de Sepúlveda, ha suscitado siempre interés. Calificado de uno de los «monumentos más notables de Italia» (G. del Vecchio), ha llegado hasta nosotros inmutado en sus líneas esenciales, dando cobijo a las sucesivas generaciones de colegiales que desde 1369, bajo el rectorado de Álvaro Martínez, su primer rector, hasta el rectorado actual de José Guillermo García Valdecasas, siguen afluyendo a Bolonia.

Resulta más fácil esbozar una breve reseña de los trabajos realizados, en buena medida en el seno de la propia institución, encaminados a ilustrar la figura del fundador y las vicisitudes del Colegio, su obra predilecta, permanentemente unidos en la mente de los investigadores. La imagen historiográfica del cardenal ha sido creada por el Colegio a través de numerosos estudios, que van desde la famosa versión de la «Vita Egidii» (1521), de Juan Ginés de Sepúlveda, a la importante monografía de Juan Beneyto, «El cardenal Albornoz» (1950), que cierra un ciclo de estudios transido de ecos sepulvedianos. Las investigaciones posteriores han sido publicadas en los seis volúmenes sobre «El cardenal Albornoz y el Colegio de España». La obra de P. Colliva estudia la obra legislativa del cardenal, y en particular las famosos «Costitutiones Aegidianae», que utilizan precozmente la lengua vulgar, no toscana, rica de tecnicismos jurídicos, de gran interés para los historiadores del Derecho y de la terminología jurídica. Los dos primeros volúmenes del «Diplomatario del cardenal Gil de Albornoz», dirigido por E. Sainz, aportan nuevos materiales que completan el conocimiento de la figura del cardenal.

El Colegio, y su proyección en el tiempo, habían quedado, en cambio, siempre en un segundo plano. El abate Juan Andrés reclamaba, sin éxito, desde Mantua, en 1785, que «alguno de los jóvenes estudiosos que en el se crían se dedicara a formar una historia del Colegio». Todavía don Marcelino Menéndez y Pelayo podía afirmar que «ni aun el Colegio albornociano tiene escrita su historia». Recientemente se han realizado aportaciones considerables, destacándose los «Nuovi documentei sull´Universita di Bologna e sul Collegio di Spagna» (C. Piana), que, como se ha escrito, «enriquecen de modo sustancial y en algunos aspectos definitivo nuestros conocimientos de uno de los capítulos mas fascinantes de la historia de la cultura y de la sociedad europeas, vistas a través del prisma del Colegio de España y de la Universidad de Bolonia» (E. Cortese). Han sido estudiados los aspectos económicos y en particular la evolución del patrimonio del Colegio de (P. Iradiel). Pero, sobre todo, se ha ilustrado el patrimonio humano de la institución. La magnitud de la tarea que el Colegio ha llevado a cabo, propiciando la labor de formación de élites en el  seno del «Alma mater» boloñesa, ha quedado bien patente con la publicación del «Catálogo General de Colegiales», contenido en los cuatro volúmenes de la «Prole Aegidianae» (A. Pérez Martín).

El Colegio, que desempeñó en el medioevo «un papel decisivo en la difusión en España de la nueva ciencia jurídica europea formada en Bolonia» (H. Coing), sigue siendo un importante núcleo de difusión de la cultura italiana en España. Se le ha calificado de «primera escuela de administración pública de la España de los Austrias, en la que se creó la primera clase burocrática moderna» (D. de Lario). En la actualidad es un eficaz cauce de trasvase de experiencias.

 

EL CARDENAL DON GIL DE ALBORNOZ

Duque del Infantado

 

Es un hecho histórico conocido que la aparición del Renacimiento en Italia produjo una eclosión de hombres geniales polifacéticos que abarcaban indiscriminada­mente las diferentes ramas de la actividad humana, tanto en las ciencias como en las artes, en la política, en la guerra, etcétera. Si ello es así hay que considerar al cardenal don Gil de Albornoz (o Álvarez de Albornoz) como un precursor del Renacimiento, pues más de un siglo antes destacó (como demuestra su biografía) como cardenal de la Iglesia, como político, como diplomático, como caudillo militar, como legislador y como mecenas.

Nacido en Cuenca en el último decenio del siglo XIII estudia en Zaragoza, después en la Universidad de Toulouse y a su regreso a Castilla, en 1325, aparece como arcediano de Calatrava; es miembro del Consejo Real y en 1338 es nombrado canciller de Castilla por Alfonso XI y arzobispo de Toledo y primado de España por Su Santidad.

Como arzobispo gobierna con mano firme la sede de Toledo, viéndose obligado a encarcelar al famoso Arcipreste de Hita; como canciller interviene personalmente en la batalla del Salado (1340), en la conquista de Al­geciras (1344), en los años 46 al 48 en el famoso ordenamiento de Alcalá, como diplomá­tico interviene activamente en la política europea de Castilla.

Tras la conquista de Algeciras sólo queda­ba al parecer un obstáculo para poder saltar el estrecho y proseguir en África la cruzada contra el infiel y encontramos al Rey y a su canciller en el asalto al Peñón de Gibraltar. Pero no pudo ser; una terrible plaga, la peste bubónica hizo su aparición en Europa y como señala Juan Beneyto, en tres años parece que murieron veinticinco millones de personas en aquel viejo Occidente por cuyo futuro se luchaba en Gibraltar. El propio Rey Alfonso XI cayó víctima del mal y el cerco hubo de ser levantado el 26 de marzo de 1350.

La muerte de Alfonso XI y el acceso al Trono, de su hijo don Pedro el Cruel en 1350 marcan un cambio brusco en la vida de don Gil de Albornoz. El carácter atrabiliario y la vida licenciosa del nuevo Monarca no podían  sintonizar con la rectitud y austeridad de su canciller y consejero. El hecho es que pocos meses después, llamado éste por Su Santi­dad Clemente VI se desnatura del Rey de Castilla, acude a Avignón, donde es nombra­do cardenal y renuncia a la sede de Toledo.

El nuevo Pontífice Inocencio VI, conocedor de los antecedentes políticos y bélicos de don Gil en Castilla, le encomienda la recon­quista y gobierno de los Estados pontificios que habían sido arrebatados al Papado por los enemigos de la Iglesia, y para ello le nombra legado del Papa y su vicario-lugarteniente en toda la Italia pontificia, con lo cual tiene una doble potestad: como legado es competente en cuanto se refiere a necesidades eclesiásticas, culto, disciplina, bienes y derechos; como yicario asume la plena juris­dicción con amplísimos poderes.

  No es posible en el breve espacio de un artículo resumir la actividad del cardenal en los trece años, desde 1353 hasta 1367.

Intercala breves y rápidas campañas béli­cas con sucesivas acciones diplomáticas con los Visconti, los Orsini, el Emperador Carlos, etcétera. En unos casos derrocha valor, en otros prudencia, si hace falta, astucia y siem­pre energía y tesón hasta conseguir la conquista de todos los Estados pontificios.  

El cardenal don Gil de Albornoz había cum­plido su misión, la misión que le encomendó Inocencio VI, y gracias a su inmensa labor el nuevo Papa Urbano V en bula de 23 de mayo de 1363 expresa su deseo de volver a Roma, pero las cosas de palacio van despa­cio y pasan cuatro años, hasta el 30 de abril de 1367, en que embarca en Marsella, y el 9 de junio entra en Viterbo, donde se encuentra al cardenal don Gil; y allí pudo suceder el du­doso episodio relatado por diferentes cronis­tas, en que al dar cuenta a Su Santidad de la administración de los quince años pasados, le entrega un carro de bueyes cargado con las llaves de las ciudades conquistadas. Lo que sí es indudable es que Albornoz muere en Viterbo el 23 de agosto de 1367 y no pudo acompañar a Su Santidad Urbano V en su entrada en Roma casi «a la vista da la tie­rra prometida».

Queda por reseñar la otra faceta de los afanes del cardenal don Gil: su mecenazgo. Independientemente de sus numerosísimas donaciones en vida y mandas que deja en su testamento, hay una obra que era predilecta suya, el Colegio de San Clemente de los Es­pañoles en Bolonia. En su testamento, otor­gado en Ancona el 29 de septiembre de 1364 ante el notario público por la autoridad apos­tólica e imperial don Fernando Gómez de Pastrana declara: «del resto de mis bienes mando y ordeno que en la ciudad de Bolonia y en lugar decente, es a saber, cerca de la universidad, se haga un colegio..., y que se construya en él una capilla buena en honor al bienaventurado San  Clemente y que se com­pren rentas suficientes para sustentar a 24 colegiales y a dos capellanes… La cual casa o colegio quiero que se llame Casa de los Españoles».

«Y al susodicho colegio o casa instituyo por mi universal heredero en todo mi dinero, y en toda mi vajilla y en todos mis libros…, y en todos los otros mis bienes...» En cumpli­miento de su testamento y con los Estatutos dictados por don Fernando Álvarez de Albor­noz (sobrino del cardenal), aprobados por Su Santidad Gregorio XI, se inicia la vida del Co­legio en 1370, y siempre cumpliendo la volun­tad del fundador hasta hoy, habiendo transcu­rrido ya más de seis siglos durante los cua­les hubo de pasar por algunas crisis; la más grave fue por las campañas de Napoleón en Italia, en que no solamente fue suprimido el Colegio, sino también confiscados todos sus ­ bienes a favor del «Monte Napoleón». A la caída del Imperio francés, restablecido el co­legio por Fernando VII, Su Santidad el Papa Pío VII, en 1819, concedió una indemnización en sustitución parcial de las propiedades con­fiscadas, pero durante el siglo XIX las sucesi­vas guerras civiles y revoluciones que sufre nuestra Patria la creciente intervención oficial en el funcionamiento del Colegio, la  politización consiguiente de la dirección que quedó entregada a los vaivenes de la política, lleva­ron al Colegio a tan caótica situación que al empezar la primera guerra europea en 1914 parecía inevitable la pérdida definitiva y desa­parición del Colegio.

 

Afortunadamente, poco antes de la guerra, por herencia paterna, recayó en mi padre, Joaquín de Arteaga y Echagüe, duque del Infantado, junto con el honor, la responsabili­dad del Patronato de Sangre, que le obligaba a velar por el cumplimiento de la voluntad de Albornoz. Acudió a Su Majestad el Rey Alfonso XIII y tanto en él como en el Gobierno en­contró el eco y el apoyo necesarios y un pri­mer real decreto de 8 de mayo de 1916 y otro reformándolo el 20 de marzo  de 1919 y el reglamento de 28 de abril de 192O, regulan la  nueva vida del Colegio y  se devuelve  su función rectora a la Junta de Patronato, que se crea siguiendo la voluntad del fundador.

Gracias a esta reforma, a la prudente actuación de la Junta del Patronato presidida por mi padre y al esfuerzo e inteligencia del rector don Manuel Carrasco Reyes, el Colegio de San Clemente, que estaba prácticamente arruinado, superó los daños producidos en la guerra, reanudó su actividad, reedificó sus fincas urbanas y mejoró notablemente las rústicas sin dejar de atender las necesidades del Colegio: en una palabra, en 1947, al morir mi padre, el Colegio había renacido como Ave Fénix de sus cenizas. Esta afirmación que por ser mía pudiera parecer a algunos parcial y fruto de una filial devoción, no es sino la verdad, como saben perfectamente cuantos colegiales han pasado por el Colegio y quiera Dios que el día que yo falte puedan decir de mí mis sucesores que yo también cumplí con la voluntad del cardenal; espero que así sea, pues he tenido la fortuna de disponer para ello de dos magníficos rectores, don Evelio Verdera Tulles y don José Guillermo García Valdecasas.   

 

ESPAÑA, PRESENTE EN LOS NOVECIENTOS AÑOS DE LA UNIVERSIDAD DE BOLONIA

Miguel Castellvi

 

Mañana comienza en Bolonia la semana de estudios hispano-italiana, enmarcada en los actos que durante este año conmemoran el noveno centenario de la fundación de esta Universidad. El día 5 Su Majestad  el Rey será investido doctor «honoris causa» por la Facultad de Derecho en el Aula Magna de la Universidad. Antes, el día 4, se presentará una comedia de Calderón de la Barca por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Los días 5, 6 y 7 se celebrarán diversos congresos de estudios jurídicos y simposios de carácter científico, con la participación de catedráticos e investigadores españoles. Igualmente se impartirán conferencias sobre materias históricas y culturales.

 

El «Alma Mater Studiorum», la venerable Universitas Bono Nien­ses, sitúa el comienzo de su vida en el decreto por el que Matilde de Canosa, en nombre del emperador Enrique V, concedió a Irnerio la facultad de «leer», es decir, dar leccio­nes,  sobre los códigos justinianos. Era el 1088  y además de la antigüedad de su nacimiento, la Univer­sidad de Bolonia exhibe con orgullo su origen secular, que la distingue de todas las demás Universidades europeas de la época. Mientras Pa­rís, Oxford y Salamanca nacen como centros eclesiásticos, Bolonia es promovida por fuerzas seculares; la burguesía local y el emperador. El primer catedrático del mundo es Irnerius o Wernerius, y su actividad de ordenador del material jurídico romano supera los confines de Bo­lonia alcanzando una vasta  zona de la Italia centro-septentrional. Su método representa un cambio radical en la historia  del estudio del Derecho.  Quizá no fue el primero que escribió las glosas o comentarios, pero, es seguro que sus alumnos anotaban al margen de los textos antiguos las interpretaciones que escuchaban del maestro.

Irnerio vio reconocida su actividad de libera docencia por Matilde de Canosa, que gobernaba en Bolonia en nombre de Enrique V. También desarrolló actividades judiciales por cuenta de Matilde, como consta en numerosos «placita», documentos acerca de un juicio dado por el monarca o su representante. Durante los primeros siglos de Bolonia, la enseñanza del Derecho fue su principal actividad. La razón es que en la lucha de las investiduras de los siglos XI y XII, las discusiones de Derecho son fundamentales, así como el estudio de Código de Justiniano, en el que se había decantado toda la civilización romana y que constituía el fundamento de la identidad del imperio. Es el momento de Graciano, el monje autor de los «Decretum Gratiani», primer compendio sistemático del derecho canónico. Como Graciano intentó conciliar textos diversos y a menudo contradictorios, su obra se conoce por el nombre de la «concordatia discordantium canonum».

 

En el 1158, tres doctores convocados por Federico Barbarroja, para dar un parecer sobre los derechos del Imperio frente a otros poderes políticos se pronuncian a favor de la primacía imperial. Agradecido, el Emperador promulga una constitutio habita que es la primera ordenación de la universidad.

En ella se establece que cada escuela se constituye como una «societas»  de «socii» (alumnos) presidida por un maestro (dominus), que por sus enseñanzas recibe las «quotas» de los alumnos. El imperio se compromete además a proteger contra las intrusiones de cualquier autoridad política a todos los «scholares» que viajan por razones de estudio. Es un hecho fundamental en la historia de la Universidad europea, pero que se produce como compensación del poder político a los universitarios que han apoyado sus tesis.

El declinar del poder imperial hace que el Ayuntamiento de Bolonia intente controlar la Universidad. A cambio de su protección, exige a los profesores que se comprometan a no marcharse de la ciudad. Los estudiantes se organizan según sus orígenes: están los citramontanos (los italianos)  y los ultramontanos (no italianos, como franceses, españoles, provenzales, catalanes, húngaros, polacos, etcétera). Más tarde se constituyen los «naciones», que gozan de gran autonomía. A fines del XII y principios del XIII se forman las «universitates», asociaciones de estudiantes.

En estos años hay en Bolonia más de dos mil estudiantes, que –como siempre- tienen problemas de vivienda. Se crean distintos Colegios, como el los Flamencos, San Tomaso, Morgangni, Gorni, Irneri, Poeti, y el más famoso de todos, el Colegio de España, fundado en el siglo XIV.

Al principio, los estudiantes recogían dinero –las «collectio»- para los docentes, en concepto de «oblatio», de regalo, porque la ciencia, don de Dios, no podía venderse. Después, las oblatio se convierten en un auténtico salario. Se conservan documentos sobre cuánto tenía que cobrar un profesor por una lección o por un curso entero.

 

No siempre los estudiantes pagaban lo debido, y la mitad del siglo XIV, el Ayuntamiento procedió a pagar los sueldos de los profesores más famosos. Los profesores se agrupaban en dos colegios, el de Derecho civil y el de Canónico y nacen las distinciones entre los «doctores legentes» y los «legentes non doctores». A fines del siglo XIII se establece la diferencia entre profesores ordinarios y extraordinarios.

Hasta el siglo XVI, los rectores fueron elegidos entre los propios estudiantes. Cuando Bolonia pasa a ser un Estado Pontificio, el control de la Universidad depende del cardenal legado, que delega en un prior. Napoleón, en el siglo XIX, nombra de nuevo a los rectores, que pasan a ser profesores.

 A partir del siglo XIV, el Derecho pierde su monopolio y a las escuelas de los juristas se añaden la de los «artistas», que comprenden los docentes de Medicina, Filosofía, Aritmética, Astronomía, Álgebra, Lógica, Retórica y Gramática. En el 1316, los artistas se constituyen en una «universitas» con rector propio. Francesco Petrarca y Dante Alighieri pasan periodos de estudio en Bolonia.

Otros estudiantes de Bolonia fueron Thomas Beckett, Pico della Mirandola, Erasmo de Rotterdam –estuvo en Bolonia en 1506-, Copérnico, Raimundo de  Peñafort, Durero, Carlos Borromeo, Torcuato Tasso y Goldoni.

Una de las facultades que más se desarrolla es la Medicina. Incluida entre las materias de enseñanza desde 1219, un siglo más tarde se inician las demostraciones prácticas de anatomía.

 

 

Su Majestad el Rey será investido doctor «honoris causa» el próximo jueves

 

BOLONIA REPRESENTA POR ANTONOMASIA EL MODELO DE UNIVERSIDAD EUROPEA

Entrevista a Fabio Roversi-Mónaco

Miguel Castellvi

 

El rector de la Universidad de Bolonia, Fabio Roversi-Mónaco, señala ­que la relación entre España Bolonia nace, «aunque parezca una paradoja, incluso antes del nacimiento de España». «Es una larga y amistosa historia».

«Cuando Castilla y Aragón eran, todavía, reinos separados, unidos sólo, por la Reconquista, ya el Car­denal Gil Albornoz había fundado el Colegio de España que es todavía hoy una de las instituciones más significativas de la ciudad de Bolo­nia y de Italia. Los estudiantes es­pañoles se doctoraban en Bolo­nia ya en el siglo XIII. Y la relación con­tinuó a lo largo de los siglos. Pare­ce como si la sangre vertida por bo­loneses y españoles juntos en la batalla de San Ruffillo, en 1346, haya dado lugar a una hermandad indeleble. Albornoz dejo un signo indeleble que sigue siendo vivo y vital. No me refiero solo al Colegio de España, sino a sietes siglos de intercambios culturales, políticos y económicos. Le cuento un ejemplo: durante el dominio napoleónico, los franceses decidieron subastar el Colegio de España. No hubo ni un solo boloñés que quisiera comprar este trozo de España que existía en Bolonia. A pesar de que los franceses bajaron y bajaron el precio, el colegio no fue vendido. Al final del dominio francés, volvió a España y a sus bolonios».

-¿Cuáles son las características especificas de la Universidad de Bolonia y su papel en la historia de la cultura europea?

-Mientras París fue la Universidad de los Maestros, Bolonia es la Universidad de los Estudiantes y representa de modo ejemplar el modelo de Universidad en el sentido en el que en Occidente se entiende esta palabra. Es decir, no un genérico lugar de enseñanza y de estudios superiores, sino un lugar donde hay una escuela de altos estudios superiores basados en algunos principios fundamentales. Ante todo, la independencia de investigación científica y su vinculación con la actividad de enseñanza. También, el principio de separación de la organización universitaria, su autonomía de cualquier poder externo. En este sentido, sin ninguna duda, lo han reconocido incluso, con mucha lealtad, las autoridades académicas de la Sorbona, en Bolonia nació, por primera vez, la Universidad. Una Universidad que vive al menos desde hace nueve siglos, porque hay indicios de que es más antigua incluso; una Universidad que fue siempre, durante su historia, un centro internacional de cultura. Un centro a donde venían a estudiar castellanos y catalanes, flamencos y polacos, alemanes y franceses, ingleses, húngaros y rusos. Un centro del que salieron los profesores que dieron origen a muchas de las antiguas Universidades de Europa.

Bolonia fue un modelo de otras Universidades, de Padua a Cracovia, y sus estudios, los jurídicos sobre todo, seguidos a continuación de los médicos y matemáticos, fueron la base en que se inspiraron las demás instituciones de Europa. En Bolonia, y no en otro sitio, nació el derecho romano en su sentido de universalidad, igualdad, de certeza del derecho. En Bolonia, la biología y el cálculo dieron pasos fundamentales. Bolonia centro de estudios europeos hasta el siglo XVI, fue la sede donde Iglesia e Imperio sabían dirimir sus controversias partiendo de la base cierta del derecho.

-¿Qué papel pueden jugar ahora las Universidades históricas?

-El papel de las Universidades históricas es fundamental. Con el prestigio derivado de tantos siglos, de tantos estudios, de tantas costumbres, con la investigación, las Universidades históricas están en la vanguardia del gran proyecto de dotar al mundo de una especie de Carta de la cultura y de la instrucción universitaria. Creo que se puede decir que sin las Universidades históricas, y aquí pienso no solo en Bolonia, sino también en Heidelberg, Oxford, la Sorbona, la Complutense, y otras, no habrían nacido proyectos como Erasmus, un programa que dará a Europa la unidad de los estudios, la antigua posibilidad de continuos contactos entre docentes y estudiantes de un continente diverso por lenguas, razas y sistemas político-sociales, pero único como historia y cultura. Gracias al proyecto Erasmus, estudiantes y profesores podrán estudiar o enseñar en años diferentes, centros distintos  de países distintos, afrontando como europeos el futuro. Y esto no es todo. Sin las Universidades históricas, ¿Qué habría sucedido con otro gran proyecto, la Carta Magna de la Universidad, esta especie de Constitución que fija la libertad y la autonomía de la investigación, la dignidad de la enseñanza y del estudio?

-¿Cuáles son las motivaciones del IX Centenario y de la Semana española?

-Las razones de los actos del IX Centenario y, en este marco, del proyecto Bolonia-Naciones en el que se encuadra la Semana española son no solo el intento de celebrar un pasado cargado de gloria, sino más bien el intento de demostrar que de ese pasado la Universidad puede sacar los elementos para demostrarse a sí misma, a sus estudiantes y a la comunidad científica internacional que está viva y vital en todos los campos, incluso en los más recientes e innovadores, de la investigación y del saber. Uno de los instrumentos para demostrarlo es precisamente la renovación de antiguos vínculos de colaboración, redundándolos sobre nuevas relaciones y nuevas experiencias científicas y didácticas. Para confirmarlo, con motivo de la Semana española no solo se debatirán temas de común interés, sino que se suscribirán acuerdos de colaboración con grandes Universidades españolas.

-¿Qué motivaciones concurren en el doctorado «honoris causa» a Su Majestad Don Juan Carlos?

-Me parece suficiente recordar la deliberación de la Facultad de Derecho, que dice así: «La Facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia, en el espíritu de las antiguas y fecundas relaciones entre la cultura española y la italiana, testimoniados también en la secular colaboración entre el Real Colegio Mayor Albornociano de San Clemente de los Españoles de Bolonia y la Universita degli Studi de Bolonia, decide conferir el doctorado «ad honorem» en Derecho a Juan Carlos I, Rey de España, por la firme determinación con la que ha promovido y acompañado la adopción de la constitución española; por la pronta decisión con la que ha defendido y garantizado su actuación; por el ejemplar espíritu de adhesión a los ideales de civilización jurídica europea que ha caracterizado toda su función pública, y con la que constantemente y eficazmente se ha preocupado de ser el Rey de todos los españoles.