REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Monstruos Invisibles, CHUCK PALAHNIUK

(Barcelona, DeBolsillo, 2003)

 

         Nos separa la consulta de la logopeda, y cuando me asomo para mirar veo a Brandy Alexander por tercera vez. La reina de todo lo bueno y amable lleva uno de esos vestidos de Versace sin mangas, como un guante, que producen una abrumadora sensación de desesperación y de resignación corrupta. La conciencia corporal aún humillada. Boyante aunque lisiada. La reina suprema es lo más hermoso que he visto en mi vida y por eso me acerco para mirar desde el pasillo.

         - Los hombres – dice la logopeda – acentúan el adjetivo cuando hablan. Por ejemplo, un hombre diría: “¡Qué guapa estás hoy!”.

         Brandy es tan guapa que podrías cortarle la cabeza y exhibirla sobre una almohadilla de terciopelo azul en el escaparate de Tiffany’s y alguien la compraría por un millón de dólares.

         - Mientras que una mujer diría: “¡Qué guapa estás hoy!” – dice la logopeda -. Ahora te toca a ti, Brandy. Dilo. Acentúa la conjunción en lugar del adjetivo.

         Brandy Alexander me mira con sus ojos Arándano Incandescente y dice:

         - Qué espantosamente fea eres, hija. ¿Se te ha sentado un elefante en la cara, o algo así?

         Apenas oigo la voz de Brandy. En ese momento, adoro a Brandy. Todo en ella produce la agradable sensación de ser hermosa y mirarse en un espejo. Brandy es mi familia real del momento. Lo único por lo que vivir.

         Yo digo:

         - Cfoieb svns ois.

         Y deposito el pavo, frío y húmedo, sobre el regazo de la logopeda, clavándola a su silla giratoria bajo doce kilos de carne muerta.

         Desde más cerca, en el pasillo, la hermana Catherine me llama:

         - ¡Eeeh!

         - Mriuvn gusi sjaoi aj – digo y, arrastrando a la logopeda con su silla por el pasillo, añado -: Jogund guinc sm fdo dcncgu.

         La logopeda me sonríe y dice:

         - No tienes que darme las gracias; me limito a hacer mi trabajo.

         La monja ha llegado con el hombre y la percha del gotero; un hombre nuevo, sin piel y con los rasgos machacados, sin un solo diente; un hombre perfecto para mí. Mi único y verdadero amor. Mi príncipe azul deforme o mutilado o enfermo. Mi infelicidad eterna. Mi horroroso futuro. El monstruoso resto de mi vida.

 

(Pp. 50 – 52)