REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Pablo Neruda: poeta búlgaro[1] 
Liliana K. Tabákova
(Universidad de Sofía, Bulgaria)

 

 

         En su libro sobre Neruda, Volodia Teitelboim recuerda que el poeta se sentía feliz de recibir “libros suyos traducidos a idiomas inaccesibles”, dice que era “un vicioso cautivado por ediciones primorosas, que practicaba el juego de los poemas–objeto. Estaba fascinado con la separata de la Oda a la tipografía. Le encantaban “los caracteres caprichosos, las letras curvas, que respiran donaire.”[2]

          Cuando recibí la amable invitación del profesor Polo García de compartir con vosotros mi visión personal sobre la poesía hispanoamericana y sobre Pablo Neruda, en particular, pensé que al poeta chileno sin duda le agradaría, o al menos le divertiría, que una búlgara hablara sobre él ante un público español.

          He realizado este viaje a Murcia en mi calidad de profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad de Sofía, Bulgaria. Los hispanistas búlgaros no somos un grupúsculo reducido: a estas alturas, a 43 años de la inauguración de la carrera de Filología Española en la Universidad de Sofía, ya hay cerca de 1300 egresados, sin contar a los que han hecho la misma carrera en otras universidades, como la de Veliko Tatnovo o la Nueva Universidad Búlgara. Todos profesamos la misma devoción por las letras hispánicas y creemos que nuestra misión es divulgar en Bulgaria las culturas de vuestra Península y de Iberoamérica, lo mismo que nos gustaría que hiciéramos llegar nuestra cultura nacional a vosotros.

          A nuestros alumnos en la Universidad les damos las clases directamente en español, y por supuesto, la bibliografía que consultan (aunque algo más reducida, por razones de distancias y de crematística) es casi la misma que a la que tenéis acceso vosotros.

          Cuando el profesor Polo me llamó, para invitarme, me sentí bastante deprimida: ¿qué puedo decir yo que no hayáis escuchado o leído ya vosotros? O que no vayan a decir los ilustres ponentes que tendremos  el honor y el placer de escuchar los próximos días.

          Pero por estos raros mecanismos asociativos, vino en mi ayuda un recuerdo que emergió desde los confines de mi memoria y que me gustaría compartir con vosotros. Hace poco menos de veinte años tuve una vivencia algo estrafalaria. A la Redacción Española de la Agencia Sofia Press se había incorporado una joven periodista española, Blanca, que iba a ejercer de redactora de estilo. Yo era la flamante “asesora literaria”. En realidad lo que hacía era ocuparme de buscar datos en enciclopedias y palabras en diccionarios, y también daba una lectura final a los textos traducidos, por si encontraba alguna errata. Nadie se atrevía a confiar una traducción seria a una chica recién salida de la Universidad. Éramos un equipo internacional: la española, un chileno, una nicaragüense, una argentina, una colombiana, un cubano y, por supuesto, varios búlgaros, que nunca acabábamos de ponernos de acuerdo sobre cómo se decía tal o cual cosa en castellano. Blanca era la única que no sabía ni una sola palabra de búlgaro y en los primeros tiempos no conseguía reconciliarse con los “sofiapresismos”, o sea con aquellos neologismos, puras invenciones nuestras, que acuñábamos con la pretensión de divulgar por el mundo los logros del así llamado “socialismo real”.

          Y puesto que Blanca era “nueva”, decidimos organizarle un programa turístico. La llevamos a varios sitios, pero cierto día nos encontramos las dos en una pequeña ciudad –lo de ciudad es un decir–, donde los amigos que llevaban coche nos dejaron para seguir ellos rumbo al mar. Nosotras teníamos que volver al día siguiente al trabajo. En el bochorno del mediodía, en pleno mes de agosto, en la terminal de autobuses no había ni un alma, ni siquiera un chucho callejero para infundirnos la esperanza de encontrar vida en aquel sitio. Había un letrero hecho a mano que anunciaba el paso de los únicos dos autobuses que se cruzarían a las tres de la tarde. El uno iba de la capital a la costa y el otro hacía el recorrido contrario. No tuvimos más remedio que sentarnos en un banco y esperar, porque la ciudad dormía la siesta y no había dónde tomar un cafecito siquiera. Nos pusimos a platicar y a platicar y a platicar... Blanca disimulaba amablemente su desasosiego, mientras que una servidora estaba con el patriotismo por los suelos. Fue el momento en que llegué a comprender el significado de aquellos versos de Neruda:

                         Patria, palabra triste

                         como termómetro o ascensor...

         Justo en el momento de dicha revelación, ante nosotras surgió de la nada una mujer morena y rechoncha, vestida de un mono azul, cuya voz retumbó en la terminal vacía:

                        Me gusta cuando callas porque estás como ausente,

                         y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

                         Parece que los ojos se te hubieran volado

                         y parece que un beso te cerrara la boca.

         Las dos creímos que estábamos alucinando. Pero la señora terminó y se dirigió a mí en búlgaro:

         —Tia ot kade e? (¿De dónde es ella?)

         —De España– atiné a sobreponerme a la sorpresa.

                         Y que yo me la llevé al río

                         creyendo que era mozuela,

                         pero tenía marido...

         Al terminar, manifestó:

         —Me gustan Lorca y Neruda, por eso aprendí los versos de memoria, aunque no sé nada de español. ¿A dónde viajáis, a la costa o a Sofía?

          Era la taquillera, la reina de aquel desierto. Nos vendió los billetes y corrió a hacer señas al autobús que se disponía a pasar de largo, porque raras veces recogía viajeros en aquella terminal.

          —Yo también soy poeta– dijo la mujer, –pasad otro día por aquí y charlamos.

          —¡Parece mentira! ¡Esto puede suceder solo en este país!–, fue lo único que atinó a decir Blanca.

          No me hubiera detenido tanto en esta anécdota, si no me pareciera muy significativa en varios sentidos.

          No me entendáis mal, no pretendo que creáis  que vengo de un país donde todo el mundo no hace más que leer poesía. No, lamentablemente, esta señora pertenecía al tan minoritario gremio de los lectores de poesía. Minoritario en todas partes. Aunque también es cierto que en aquellos tiempos –hace unos veinte años– se leía mucho más. En Bulgaria había una sola cadena de televisión en que nos informaban prioritariamente sobre los “logros del socialismo real”; los tocadiscos y los radiocasetes eran un lujo, ni hablar de los vídeos...

          Lo que más bien quiero señalar es que todos los búlgaros sabíamos quiénes eran Neruda, García Lorca y muchos más poetas y narradores de habla hispana, y los lectores podían llegar a apasionarse por ellos, gracias a las magníficas traducciones que existían.

          Blanca y yo hicimos el trayecto a Sofía en silencio. Nos sentimos de repente precipitadas hacia esa zona de delirio y de magia que solo la poesía hace posible, y no queríamos romper el hechizo. Y yo pensaba en que una vez más García Lorca y Neruda aparecían juntos, a través del tiempo y el espacio, en aquella aldea balcánica olvidada por Dios, hermanados en la voz de la mujer que recitaba versos en español a dos forasteras aleladas por el cansancio, el calor y la sorpresa.

          A mí el hecho no dejaba de impresionarme, porque sabía que los dos poetas entraron de la mano a mi país. La primera obra de Neruda traducida al búlgaro fue la oda a la muerte de García Lorca. Se publicó pocos meses después de ver la luz en español. Bulgaria contaba entre los aliados de Alemania y el traductor, Alexander Muratov, recuerda que la censura cercenó el texto permitiendo que saliera solo un pequeño fragmento.

          “Mi interés por España acababa de revelarme a un gran poeta –confiesa Muratov–. Todavía en aquel momento intuí el enorme vigor y profundidad de la poesía de Pablo Neruda. Un caudal de imágenes cautivadoras invadió mi ser, la torrente de palabras me hechizó y trasladó a la otra América.” [3]

          A partir de entonces en nuestro imaginario los dos poetas van inseparables. Entre lo que más se conocerá años después sobre García Lorca y Neruda en Bulgaria, será el hecho de su amistad y algunos de los episodios que protagonizaron juntos, como, por ejemplo, el pintoresco discurso conjunto que pronunciaron entre ambos en Buenos Aires en 1933, en honor a Rubén Darío[4], “un discurso al alimón, entre dos, compartido, como dos toreros toreando al mismo tiempo el mismo toro y con un único capote”.

          Mientras trataba de imaginaros a vosotros, los estudiantes españoles, supuse que sabíais muchísimo más sobre Pablo Neruda que sobre la Europa del Este. Tras pensarlo mucho, opté por compartir con vosotros la visión de una búlgara, y ubicar al poeta chileno en el contexto literario de mi país.

          Por favor, no me culpéis de irme por las ramas. Espero me perdonéis el desvío del tema principal, pero me parece indispensable introduciros brevemente en la historia de Bulgaria. (Si no fuese así, aquella señora del mono azul habría permanecido enterrada en mi memoria).

          En el siglo siete surgió una alianza entre las tribus eslavas que ya se habían establecido en la Península Balcánica al sur del Danubio y los protobúlgaros que venían en sus cabalgaduras desde lejanas tierras asiáticas. Arrebatando tierras a Bizancio, tras varias victorias militares contundentes, en el año 681 fue fundado el Estado búlgaro. Poco menos que dos siglos más tarde, en el año 865, los búlgaros se convirtieron oficialmente al cristianismo (ortodoxo, por influencia bizantina) y por las mismas fechas también fue inventado el alfabeto eslavo, obra de los santos hermanos Cirilo y Metodio, que tradujeron la Biblia a un idioma “bárbaro”. Recordemos que el reformador Martín Lutero se atreve a hacer lo mismo al alemán siete siglos más tarde. En Bulgaria ya a finales del siglo nueve se escribía y leía en la lengua vernácula, y las misas se oficiaban en el búlgaro antiguo en vez de en alguna de las “lenguas sagradas”. De manera que podemos situar el inicio de la literatura búlgara en la segunda mitad de aquel mismo siglo nueve. Su evolución fue determinada por la vecindad de Bizancio, creándose un complejo dinamismo de rivalidades, hostilidades e influencias mutuas. Es consabido el hecho de que en aquel período en los Balcanes se dieron las más tempranas manifestaciones del Renacimiento europeo –tanto en las letras como en las artes plásticas–, pero esta trayectoria ascendente fue bruscamente truncada por la llegada de los turcos en la segunda mitad del siglo XIV (Bulgaria cayó en 1396). Edificaron un Estado islámico militar perfectamente organizado, pero carecían de la cultura y el refinamiento de los moros de Al Andaluz. La población balcánica fue reducida casi a la esclavitud, fue sometida a presiones violentas para que cambiara de fe, se reglamentaba la vida cotidiana, se prohibía el desplazamiento libre por los territorios otomanos.

          Un siglo más tarde se produjo uno de los primeros contactos con grupos de gente de habla hispana: los sefardíes. Éstos también eran “infieles” para los turcos, pero por el hecho de haber entrado voluntariamente en el Imperio Otomano, buscando refugio, gozaban de ciertos privilegios. Se les permitía viajar y puesto que eran buenos comerciantes, pronto se convirtieron en una especie de vasos comunicantes entre las diferentes regiones balcánicas. Hasta hace medio siglo todavía se podían encontrar personas mayores que recordaban los antiguos cánticos y romances, traídos de la Península Ibérica[5], que por supuesto no tardaron en pasar al acervo cultural de nuestros pueblos. Se intercambiaban palabras, estructuras gramaticales, recetas de cocina[6], hábitos de toda índole, dichos y refranes, leyendas, imágenes poéticas... Siempre he creído que a aquella época se remonta la simpatía de mi pueblo por la gente que habla española (“shpaniolski”, decían), gracias a esos vecinos amables y discretos, que en sus canciones de cuna profetizaban a su hijo: “doctorico te harás” (en el sentido de docto, sabio). Cosa que no podía dejar de impresionar a nuestros cristianos, que con tenacidad a veces suicida luchaban por preservar su identidad como tales. Hasta tal punto estaban integrados los judíos al pueblo búlgaro, que este no permitió que ni uno solo de ellos fuera conducido a los campos de concentración nazi.[7]

          Los primeros siglos (XV–XVIII) del yugo otomano fueron de tenaz resistencia. La vida espiritual estaba en decadencia. La literatura se había desangrado y por mucho tiempo encontró refugio sólo en los monasterios escondidos en las montañas inaccesibles para los turcos, donde los clérigos cuidaban celosamente lo poco que se había salvado de los incendios y las matanzas. En el año 1763 un oscuro monje, Paísiy de Hilendar, redactó su Historia eslavobúlgara, que copiada por decenas de manos anónimas, fue destinada a despertar la conciencia nacional. Acababa la excesivamente larga Edad Media y empezaba un vertiginoso, aunque tardío Renacimiento para Bulgaria. Después de casi cinco siglos de oscurantismo, la cultura búlgara tenía que sincronizarse con la de Europa cartesiana y romántica, sin perder del todo de vista las necesidades concretas del país, poniendo al servicio de una nación que renacía de sus propias cenizas la sabiduría acumulada por otros.

          Y aquí se sitúa un hecho curioso: el primer y único autor europeo de renombre traducido al búlgaro antes de 1878, que es la fecha de la liberación del país de los turcos, es Miguel de Cervantes. En el año 1859 en una revista[8] aparece traducido del francés El Licenciado Vidriera, bajo el título “Vnukat na gospodina Sancha” (El nieto del señor Sancho). En el año 1882 sale a luz la primera traducción del Quijote, también hecha del francés, y dos años más tarde fragmentos de la novela son incluidos en los libros de texto, obligatorios para las escuelas secundarias.

          Teodoro Neikov, que ha realizado una magnífica traducción del Quijote del español, aducía en el año 1980 datos del Instituto de Biblioteconomía, según los cuales la novela había sufrido 20 ediciones cuyas tiradas superaban el medio millón de ejemplares. A estas podemos añadir otras diez o más ediciones, realizadas hasta el año en curso (2004).

          La explicación que propone Teodoro Neikov sobre el interés y hasta el apasionamiento de los lectores búlgaros por el Quijote en los primeros años después de la Independencia, es sencilla. El traductor señala que la novela de Cervantes, a pesar de su complejidad y las inagotables posibilidades de generación de sentidos, se presta a una recepción fácil y espontánea, a lecturas ingenuas y desprejuiciadas. No crea barreras ni obstáculos de tipo religioso ni racial, y los lectores de todas las edades, de dispar pertenecía social y de distintos niveles de cultura, encuentran sus propias vías de acercamiento al texto que no exige el seguimiento de ninguna clase de estereotipos. Los búlgaros de aquella época, en su inmensa mayoría de humilde origen campesino, al identificarse con las aventuras del ingenioso hidalgo y la sabiduría popular de su no menos ingenioso escudero, obtenían la ilusión de tener una comunicación directa y familiar con la gran literatura europea. Las tribulaciones de Halmlet, los anhelos del doctor Fausto, los sufrimientos del joven Werter, le parecían bastante abstractos a la gente común y corriente, aunque los intelectuales de la época también los traducían e interpretaban en sus libros.

          Los procesos de sincronización de la cultura nacional con las europeas a partir de aquel momento fueron muy acelerados. Había que quemar etapas y los gustos eran variopintos, las búsquedas iban en todas las direcciones, las disputas entre los intelectuales eran apasionadas y a veces virulentas, pero siempre fructíferas.

          Cabe señalar la similitud con los procesos culturales que se dan por los mismos años en Hispanoamérica. Dice José Emilio Pacheco:

          “Nuestro siglo XIX comienza en los ochenta. El modernismo tiene que cubrir en cuarenta años el camino que la literatura europea recorrió en una centuria; ser al mismo tiempo romanticismo, parnasismo y simbolismo. Tres modalidades que si en Europa fueron sucesivas y excluyentes son tres caras de un mismo fenómeno/.../”[9]

          Salvadas las distancias, estas palabras del poeta y crítico mexicano parecen describir la situación en Bulgaria en la misma época, solo que las centurias “perdidas” eran bastantes más. A la literatura le tocaba realizar la gran hazaña de ser mediadora y tratar de convertir la cultura planetaria en cultura nacional, búlgara. Tanto el camino hacia Palenque o hacia Buenos Aires, como el que llevaba a Sofía, pasaba casi siempre por París, por Londres, por Dresden. “Para volver a nuestra casa es necesario primero arriesgarse a abandonarla. Sólo regresa el hijo pródigo.”[10]

          A todo esto correspondía también la elección de lo que había de traducirse a nuestro idioma. Reconozco que me es casi irresistible la tentación de trazar ante vosotros un panorama de lo que se ha traducido del español al búlgaro en todos estos años, pero significaría no volver nunca al tema que nos ha reunido esta tarde. He traído un ejemplar de una guía bibliográfica que los interesados podrán hojear y que reúne información sobre las traducciones del español al búlgaro entre los años 1882 y 1992.

          Así que daremos un nuevo salto cronológico, esta vez adelante, para dar con la primera colección de poesía de un hispanoamericano, traducida al búlgaro en el año 1939. No es otro sino Amado Nervo, el modernista mexicano que en vida llegó a ser proclamado “máximo poeta de América”, y cuya Amada inmóvil fue, digamos, una especie de manual de educación sentimental y estética de varias generaciones de americanos (y como acabamos de ver, también de búlgaros), y al que muy pocos recuerdan en nuestros días. En materia de gustos populares nunca se hace justicia. Tanto los elogios a Nervo fueron algo exagerados como injusto es su actual olvido.

          En los años treinta los complejos y eclécticos simbolismo y modernismo búlgaros (que habían recibido tanto influencias francesas como rusas, y a los que pertenece una pléyade de exquisitos poetas nacionales: Teodor Trayanov, Nikolai Líliev, Dimcho Debelianov, muerto en el frente en 1916 a los 29 años de edad, Jristo Yásenov, desaparecido a los 25 años), ya habían cedido ante las pujantes poéticas de las vanguardias. Y, al mismo tiempo, los procesos históricos entre las dos guerras mundiales y el terrorismo de Estado desencadenado en el país, hicieron que los poetas prefirieran la contundente mística revolucionaria a la mística existencial. Sin embargo, había un público lector que no dejaba de extasiarse ante el delicado simbolismo de Amado Nervo.

          Si los latinoamericanos empiezan a pensar en términos políticos a la luz de los acontecimientos en España, nuestros intelectuales, por estar culturalmente más vinculados al ámbito eslavo, empiezan a concienciarse con la Revolución de Octubre rusa y los que la cantan y padecen: (Vladimir Mayakovski, Alexander Blok, etc.). Pero también hay un dramático hecho histórico, que anegó en sangre y dolor nuestro país, y este es la sublevación de campesinos y obreros búlgaros en el año 1923. No quedó intelectual insensible ante la tragedia. Sin embargo, pocos la cantaron como lo hizo Gueo Mílev (1895–1925) en su poema “Septiembre”. Gueo Mílev fue estudiante de Filosofía y Letras en Leipzig y Londres, amigo de los expresionistas alemanes, traductor de Mallarmé, Verlaine, Wernharn, Nietzsche, director de teatro, editor de importantes revistas, poeta cuya erudición cristaliza en auténtico programa de innovación. Fue fusilado a los 30 años de edad por su poema “Septiembre”. Es un poema, desgarrado grito de dolor e indignación; una catarata de imágenes fragmentadas, asociadas ilógicamente, que se expande en una grandiosidad épica, en una cadena de cambios de tono, sin desprenderse jamás de la dominante lírica. Es un poema catártico, de un vigoroso imperativo ético y una delirante intuición profética. Poema digno de ser situado entre las mejores obras de la poesía de vanguardia; digno de haber sido concebido por un poeta de la talla de Neruda. Años más tarde fragmentos del poema serán traducidos por don Pablo.

          Pocos días antes de venir descubrí este dato en una pequeña nota publicada en un periódico en abril de 1971. El director del museo a Gueo Mílev en la ciudad de Stara Zagora comunicaba que acababan de recibir cuatro cuartillas con las palabras de Pablo Neruda destinadas a ser leídas en la celebración del 26 aniversario de la Revolución Socialista en Bulgaria, que tuvo lugar en el paraninfo de la Universidad de Chile. El propio Neruda no pudo asistir, pero acompañó su saludo con unos fragmentos del poema “Septiembre”, traducidos por él al español:

          “Muchos poetas han muerto, torturados a causa de su obra. Entre ellos están Domingo Gómez Rojas, chileno; García Lorca, español; Robert Desnoes, francés.

          “Mataron al gran poeta búlgaro Gueo Mélev solo por haber escrito un poema... La sangre vertida por él no significa la agonía de un pueblo, sino que anuncia una revolución victoriosa.

          “Imposibilitado de comparecer ante ustedes quiero que sea leído aquí el pequeño[11] y deslumbrante poema de Gueo Mílev, no solo en homenaje a su persona sino para que sirva de advertencia a los que hoy en día quieren ignorar la victoria del pueblo en mi Patria./.../

          “Creo que el poema sigue vigente. Parece que los pueblos están dormidos, pero ante la provocación y la negación de sus victorias legítimas pueden convertirse en auténticos huracanes, como lo describe Gueo Mílev en este poema que he traducido para ustedes con fervor y cariño por Bulgaria y la liberación de todos los pueblos.

          “Desde Isla Negra saludo a Bulgaria antigua y nueva, patria de todas las rosas y madre de héroes y poetas. Y la saludo también porque se parece a Chile, como se parecen dos copas de vino, dos gotas de lluvia, dos ríos, dos montañas, como dos manos que se estrechan en el mismo camino. Saludo a Bulgaria, a su corazón indomable.”

          La propia traducción del fragmento del poema va acompañada por una nota curiosa en que Neruda se dirigía a la persona que iba a leer el poema, indicándole dónde debía “subir el tono de la voz”. Neruda que era un recitador incomparable de su propia poesía, quiso que los demás sintieran los versos del poeta búlgaro como llegó a sentirlos él.

          Siempre que me toca en clase hablar de Pablo Neruda, primero les pongo a mis alumnos una antigua grabación de Canto General que alguien me regaló en México. En la voz del poeta habla la poesía por sí misma, imponiendo su ritmo, su tensión interna, y me deleito en ver cómo los chicos pasan poco a poco de la indiferencia al entusiasmo, arrastrados por la cadencia de la voz, mareados por la erupción de imágenes, presos de la ilusión de estar dialogando en directo con esa voz que les llega en medio de las interferencias del sonido de la cinta desgastada.

          Octavio Paz, en su prólogo a Poesía en movimiento, 1966, dice:

          “No niego las tradiciones nacionales ni el temperamento de los pueblos: afirmo que los estilos son universales, o más bien, internacionales. Lo que llamamos tradiciones de estilos son, casi siempre, versiones o adaptaciones de estilos que fueron universales.”

          Una confirmación de estas palabras sería la obra poética de otro búlgaro, Nikola Furnádzhiev (1903–1968), perteneciente a la misma generación de Gueo Milev, quien, por suerte, no corrió el mismo destino trágico que él. La poesía de Furnádzhiev, cuyo impulso temático es aquel mismo siniestro septiembre de 1923, tiene muchas coincidencias y afinidades con la poesía social de Neruda. El poema “Viento de primavera” (1925) tiene similares valores plástico–pictóricos, una tensión explosiva entre los significantes y los significados de las imágenes líricas espectaculares, donde los elementos contrastantes provocan sensaciones ambiguas de exaltación y depresión, dentro de la línea de sensibilidad social. Cuando leí por vez primera España en el corazón, quedé impresionada por el descubrimiento de la consanguinidad entre este poeta búlgaro y Neruda.

          Los dos tuvieron oportunidad de encontrarse en Chile, en las celebraciones del 50 aniversario de Pablo Neruda. Furnádzhiev y el novelista Dimitar Dimov viajaron al país austral y dejaron sendos relatos sobre sus peripecias.

          Por aquel entonces Bulgaria había dejado por el camino a varios poetas muertos por su ideario de izquierdas (“madre de héroes y poetas”, bien lo sabía Neruda), y llevaba diez años de “construcción del socialismo”, lo que equivale a decir tanto de fe casi religiosa de muchos en la doctrina comunista, como de estalinismo duro y castrador de muchos artistas.

En los mismos años, como bien sabéis vosotros, en Hispanoamérica la poesía se repartía entre dos tendencias: la de los “vanguardistas arrepentidos” y la de los seguidores del llamado “realismo socialista”. Pero también se iniciaba un cambio sustancial con libros de poesía como Libertad bajo palabra (1949) o ¿Águila o serpiente? (1950) de Octavio Paz, o La fijeza de José Lezama Lima. Mientras que los regímenes totalitarios en Europa del Este impusieron una visión estrecha del arte que volvió a apartar a nuestros artistas de las búsquedas de sus colegas del resto del mundo e impidió que los procesos culturales siguieran una evolución paralela: volvió a “des-sincronizarlos”, forzándolos a optar por una poeticidad que fuera solamente temática e ideológica. A veces peor que la censura era la autocensura que muchos se imponían, algunos por miedo, otros porque todavía creían ciegamente que así defendían una estética ansilar, útil a la revolución con la que se identificaban.

          Furnádzhiev, el vigoroso poeta del “Viento de primavera”, en la descripción de su viaje a Chile es parco e incoloro. Si en el año 1925 tuvo valor de jugarse la vida, al levantar la voz en medio de las represalias más atroces, ahora escribe como si de un informe ante la célula del Partido se tratara. Y no era para menos:

          En el año 1954, en plena histeria de Guerra Fría, cuando desde Caracas se lanzó un llamamiento a que se prohibiera la entrada de comunistas a América, los dos búlgaros que estaban acostumbrados a que su oficio de escritores les sirviera de salvoconducto, se vieron hostigados por burócratas de embajadas que ponían pegas para los visados, por aduaneros que hurgaban en sus equipajes, por fotógrafos que los cegaban con sus flash para que luego El Mercurio, por ejemplo, sacara la imagen de sus maletas con cuatro periódicos comprados en Buenos Aires, y unas cuantas fotos del valle de las rosas en Bulgaria, desparramadas por todas partes, como confirmación de un presunto complot comunista contra Chile. Volodia Teitelboim recuerda estos mismos sucesos: “Los representantes checos y búlgaros tuvieron el exquisito privilegio de un despliegue masivo de detectives en Los Cerrillos y una revisión milimétrica del equipaje, buscando dobles fondos repletos de perversa literatura comunista.”[12]

          Algunos periódicos chilenos encontraban cada motivo para acometer contra los invitados de Neruda. Llegaron a hacer un problema político de la “contradicción” entre la moral revolucionaria que los checos y los búlgaros profesaban, y el hecho de haberse tomado éstos cierta noche unos vasos de buen vino chileno en el restaurante Goyezcas.

          La policía del régimen del general Ibáñez había detenido en el aeropuerto también a Ilya Ehrenbourg. Había revisado sus maletas y al fin había sacado un par de discos de canciones folklóricas rusas, declarando a la prensa que esas eran las instrucciones de Moscú para Neruda. Sin embargo, a Ehrenbourg –trotamundos y mundano– este incidente le sirvió para seguir haciendo años más tarde comentarios burlones a Neruda: “Pablo, ton pays n’est pas serieux!” (¡Tu país no es serio!)[13]. Para el ruso, confiado más bien en que su celebridad y fama le protegían, aquel episodio ha de haber tenido más bien un cierto hálito romántico. Mientras que a nuestros viajeros desconocidos fuera de la Bulgaria aislada y encerrada en sí misma, el poco discreto cerco policial chileno les produjo intensos estados de inseguridad y agobio. Volodia Teitelboim comentaría que los búlgaros fueron los más callados de todos.[14]

          Furnádzhiev hace un recuento detallado de todos los actos públicos en que hicieron presencia. Dice que con alegría encontraron entre las diferentes ediciones de la poesía de Neruda expuestas en una sala de la Universidad, el pequeño volumen traducido por Alexander Muratov y un número del periódico “Literaturesn front” (“Frente literario”) dedicado completamente al poeta chileno. Pero mayor impresión le causó que el argentino Raúl González Tuñón leyera un poema dedicado a Nikola Vaptzarov (1909–1942), otro gran poeta búlgaro, fusilado por sus convicciones comunistas. También hace una referencia muy tímida a las disputas entre los escritores hispanoamericanos allí presentes sobre el dichoso “método del realismo socialista”.[15]

          Neruda, el anfitrión carismático, está prácticamente ausente de la percepción de Furnádzhiev. Eso sí, encontramos a una figura convertida ya en cliché. Está descrito en los términos que, tres decenios más tarde, no se habrán cansado de repetir muchos de los que comentarán la obra de Neruda en mi país[16]:

          “Chile dio al Mundo a Pablo Neruda. La actividad de Neruda es el orgullo de su Patria. Su opción por la poesía realista y su abnegada lucha son un gran ejemplo no sólo para el pueblo de Chile, sino para los escritores de toda América./.../ Los reaccionarios escriben que Neruda es un gran peligro para Chile, y al mismo tiempo los escritores decadentes en voz baja y entre risitas comentan que como poeta él ya se ha acabado, que el realismo de su poesía implica su desplome como artista. Sin embargo, los escritores honestos lo aman y lo siguen. El sindicato de los escritores chilenos ofreció una gran cena en su honor y en honor a los delegados. Estuvieron presentes muchos escritores chilenos”.[17]

          Durante el viaje de regreso que hicieron en barco, Furnádzhiev observaba a los viajeros sumergidos en sus minúsculos paraísos personales de burgueses acomodados:

          “No hace mucho –escribe– nosotros nos mezclábamos con esta gente y estábamos acostumbrados a su mentalidad y a sus valores morales. Ahora uno se da cuenta de lo mucho que hemos cambiado y se sorprende que no haya reparado en cuándo ni cómo ha sucedido esto. El abismo entre ellos y nosotros es enorme, y nuestra superioridad es notoria[18]. A veces todo alrededor nuestro es tan hostil, que uno se siente prisionero y con odio en el alma mira con recelo a todos.”[19]

En su libro de viajes el otro búlgaro, Dimitar Dimov, describe físicamente a Neruda, habla de su esposa de entonces, Delia, la Hormiguita, refiere algunas conversaciones con los demás invitados, pero es muy cauto. Sin embargo, escribe un cuento: El anatomista Da Costa, en que el protagonista es invitado a cenar a casa de un poeta, Alvareda, y en la sobremesa se sienta junto con un escritor brasileño (en el que reconocemos a Jorge Amado) y su esposa, al lado de una vitrina donde se pueden observar magníficos ejemplares de mariposas de caprichosas alas. Y el personaje del cuento piensa que en su país algunos pintores sin duda tacharían la naturaleza americana de “demasiado formalista”. Es un atrevimiento, un guiño de ojo, un desliz que se puede permitir un personaje de ficción, aunque no un escritor comunista en sus memorias.

Dimitar Dimov, es uno de los más importantes novelistas nacionales. Médico veterinario, a partir de 1942 trabajó durante algún tiempo en el Instituto Ramón y Cajal, en Madrid. Le apasionaba la historia de España, aprendió el idioma, conoció la literatura peninsular. Se sintió desgarrado y exacerbado ante la tragedia de la Guerra Civil española y situó en medio de este violento conflicto la historia del amor obsesivo de una inglesa, enfermera voluntaria, por un padre jesuita. Almas condenadas, una de las obras cumbre de la literatura búlgara, incorpora a nuestro imaginario nacional los áridos paisajes de Castilla, y hace una interpretación nada simplista de la historia de la primera mitad del siglo XX europeo.

          El amor de Dimov por España le condujo a leer mucho también sobre la historia de América y en la descripción del viaje a Chile su mirada es curiosa e inquiridora. Habla de la naturaleza, de la historia, describe las ciudades, se maravilla ante la variedad racial de la gente. Aunque el contacto vivo con el continente le sobrecogió no menos que a su compañero, también le condujo a penetrar en el significado de la poesía nerudiana. La compara con la majestuosa naturaleza de los Andes, comprende que la poesía mana con hervor caliente del fondo entrañable del poeta, que es un fuego telúrico, como la lava en el seno de los volcanes.

          Me parece curioso que en su interpretación de Neruda, Dimov se acerca mucho a lo que escribe Juan Ramón Jiménez[20] en su carta de reconciliación con el poeta chileno, publicada en Repertorio americano, el 17 de enero de 1942.

          “Mi larga estancia en América me ha hecho ver de otro modo muchas cosas de América y de España /.../, entre ellas la poesía de usted. Es evidente ahora para mí que usted expresa con tanteo exuberante una poesía hispanoamericana general auténtica, con toda la revolución natural y la metamorfosis de vida y muerte de este continente. Yo deploro que tal grado poético de una parte de Hispanoamérica sea así; no lo sé sentir, como usted, según ha dicho, no sabe sentir Europa, pero “es”. Y el amontonamiento caótico es anterior al necesario despejo definitivo, lo prehistórico a lo posthistórico, la sombra turbulenta y cerrada a la abierta luz mejor. Usted es anterior, prehistórico y turbulento, cerrado y sombrío.”[21]

          Me he detenido tan detalladamente en las impresiones de mis compatriotas de América y de Neruda, porque me parece que son muy representativos de los dos tipos de lectura que se dieron en los años cincuenta de la obra del poeta chileno en mi país. No creo que se llegara a un cabal entendimiento de Neruda. Dudo que lo conocieran bien. El primero (y muchos como él) no cuestionaba al revolucionario –si lo era, también sería buen poeta–, mientras que el otro (otros) se esforzaba por comprenderlo, pero se sentía limitado. Con el tiempo, sin embargo, las cosas fueron cambiando considerablemente. En la prensa cultural se publicaban cada vez más poemas de Neruda. Sus traductores eran varios, pero habría que señalar la enorme labor que realizó el ya mencionado Alexander Muratov, quien a lo largo de veinte años trabajó junto con el poeta Atanás Dalchev (cuya poesía personal de los treinta y cuarenta guarda una curiosa afinidad con las Odas elementales, que son posteriores). A este tándem se deben, además, gran parte de las traducciones de poetas españoles e hispanoamericanos. He tratado, sin pretensiones de ser exhaustiva, de preparar para vosotros una lista de nombres. Sin duda son notorias varias ausencias (personalmente, yo echo de menos entre muchos otros a Leopoldo Lugones, Ramón López Velarde, Javier Villaurrutia, José Lezama Lima, o los poetas de indudable estirpe nerudiana aunque de ímpetu algo atenuado, como lo son Enrique Medina, Álvaro Mutis o Efraín Huerta...). Sin embargo, espero que reconozcáis que para un país como Bulgaria la lista de poetas hispanoamericanos traducidos no está mal.

          Revisando lo que se publicó en Bulgaria sobre Neruda, reparé en que casi todos sus comentaristas –críticos literarios, periodistas y traductores– destacaban el cambio radical entre la poesía de Neruda ontológica, hermética, oscura de las Residencias y la poesía “simple” y realista después de la Guerra de España como si dicha descoyunción fuera el máximo logro del poeta. Destacaban este “salto” como si existiera una jerarquía en la que el nuevo escalón fuera tan positivo que permitiera perdonar los pecados juveniles de Neruda. Y, no obstante, si nos fijamos bien en lo que se ha traducido de Pablo Neruda al búlgaro[22], vamos a ver que estos señores, más bien se curaban en salud: “un revolucionario y poeta –siempre en este orden: primero “revolucionario” y recién después “poeta“–, no puede escribir sino poesía progresista; mucho menos, después de haber superado ya sus errores de decadentismo. De modo que lo que leéis vosotros –parece que querían decir–, es poesía revolucionaria, es Neruda”.

          Y se traducían algunos poemas de las Residencias sin miedo de que este Neruda multiforme, incesante, mutable, oceánico, infinito, poeta del caos y la confusión, fuese tachado de lectura subversiva por los paladines del “realismo socialista”. Se traducían los Cien sonetos de amor, algunas de las Odas elementales, el Canto del Capitán... Neruda era un poeta revolucionario consagrado y se podía leer sin riesgos ni dudas.

          Este procedimiento enmascarador fue característico en relación también a autores de otras lenguas. En una época de intransigencia ideológica y estética, cuando fueron vedados o soslayados los poetas nacionales en cuya obra predominaban los tonos intimistas, subjetivos, o se perfilaba una concepción idealista, o cierta inclinación a la experimentación formal, o faltaba el optimismo obligatorio –esa reivindicación excluyente de la esperanza en el luminoso futuro socialista, traducir a poetas o narradores “de izquierdas”[23] permitía, repito, que en las páginas de los suplementos culturales de las revistas y los periódicos culturales, o en las antologías de todo tipo, el lector ávido y exigente conociera las últimas tendencias poéticas en el mundo del que nos separaba el telón de acero.

          Como hemos visto al principio de nuestra charla, la señora de aquella lejana aldea búlgara no se había aprendido El canto a Stalingrado, sino el poema XV de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Y era lógico que se identificara con su atmósfera provinciana, morosa, sentimenal. Neruda había contado en diversas oportunidades que los Veinte poemas... pertenecían a la atmósfera del sur [chileno], de la desembocadura del Bajo Imperial con sus muelles abandonados: los tablones rotos y los maderos como muñones golpeados por el ancho río; el aleteo de gaviotas [que] se sentía y sigue sintiéndose en aquella desembocadura.” Pero los Veinte poemas, este clásico popular, había adquirido condición de mito también en un rincón provinciano de los Balcanes, donde, aunque nos empeñáramos en “industrializarnos a pasos de gigante”, en “construir la sociedad más justa”, etc., etc., etc., no dejábamos de volvernos sentimentales a la hora del crepúsculo, y a pesar de que al novio o a la novia se le llamaba “camarada”, temíamos que se alejara de nosotros, que su silencio fuera como una muerte...

          Neruda estuvo en Bulgaria[24] en el año 1961 e hizo lectura de sus poemas en la Universidad de Sofía, no en el Paraninfo sino en una de las aulas más grandes donde caben alrededor de 500 personas. Sin embargo, no pudo entrar ni la mitad de los que querían escucharlo. Le aplaudieron frenéticamente, le vitorearon, pero lo que con mayor insistencia le pidieron fue la lectura de su poesía amorosa... Me temo que a Neruda no le agradara del todo esta preferencia. Pero la poesía es el reino de los significados, de los esfuerzos por intuir respuestas a las difíciles, ineluctables situaciones existenciales a que tienen que enfrentarse todos los individuos y todos los grupos humanos en sus vidas: el amor, el desamor, el tedio, la tristeza, la muerte... Las personas se ríen de cosas diferentes, pero todos lloramos por las mismas cosas.

          Sin duda, el Canto General, este libro de aliento épico y aspiraciones enciclopédicas, de una “clara conciencia de conjunto del movimiento histórico y de las fuerzas que en él actúan”[25], entre los poemarios de Neruda era el más elogiado en mi país.

Tuve la curiosidad por ver qué escribieron los periódicos búlgaros después del 1973 y llegué a tener conciencia de otro hecho interesante. En ninguna parte se hacía referencia al cáncer del poeta. Se decía que murió a consecuencia del golpe militar. Sin duda es cierto que el impacto emocional del golpe del general Pinochet precipitó el final del poeta. Pero en la prensa búlgara se realizaba una operación mitificadora que tenía una raíz muy profunda en nuestra historia cultural: en un país donde los poetas siempre eran mártires (hemos mencionado a Gueo Milev, Dimcho Debelianov, Jristo Yásenov, Nikola Vaptsarov, pero antes que ellos también lo fue Jristo Botev, nuestro poeta nacional) que un poeta muriese de muerte natural como que le quitaba valor. Al mito del Neruda poeta revolucionario, poeta de masas, se añadía un rasgo muy búlgaro: el del poeta mártir. El triste martirologio de nuestra cultura nacional se completaba con otro poeta más. Chileno y todo, Neruda nos pertenecía porque compartía nuestro ideario, estuvo entre nosotros, escribió sobre nosotros[26], tradujo a un poeta nuestro... Neruda era como nosotros. Y tenía que morir como poeta búlgaro.

          Esta última semana fui preguntando a todos los que me encontraba de si recordaban cómo había muerto el poeta chileno. “Pues, no sé. Creo que murió en lo del golpe de Pinochet”, me respondieron casi siempre. Sólo en un círculo de amigos pintores me contestaron: “Pues, no sé, tal vez de vino y mujeres, mujeres y vino... ”. Sin duda, les habían llegado noticias sobre el poeta dicharachero, amante de la buena comida, de las reuniones con amigos, del poeta infractor de normas. No obstante, el mito del poeta bohemio, en el caso de nuestro país es de importación.

 

Hablar de Neruda y no hablar de política todavía parece impensable. Es como si se hablara del siglo XX omitiendo este tema por engorroso.

 

Tiene toda la razón del mundo Octavio Paz, cuando escribe:

 

“La política llenó de humo el cerebro de Malraux, envenenó los insomnios de César Vallejo, abandonó al viejo Machado en un pueblo de los Pirineos, encerró a Paund en un manicomio, deshonró a Neruda y a Aragón...”[27]

 

          No obstante, juzgar la obra de un artista por su adhesión a tal o cual ideología, es proponerse valorarla partiendo de consideraciones que le son ajenas.

 

          Un autor siempre es una entidad histórica: existe tanto fuera del texto, como dentro de él. El yo del poeta puede ser un juego de espejos, una falsa ilusión, como en Borges; o una incesante búsqueda de ser  “el otro” aunque se asuma la ausencia de este otro, como en Paz; o un yo sinécdoque, un yo igual a “nosotros”, un yo igual a “masas humildes”, como sucede en la veta social de Neruda. Pero si la poesía resultante llega a sacudir la soledad o la inercia del hombre, si convierte las imágenes, las ideas, en idioma encarnado; en fin, si nos brinda la clave del estar en el mundo, como quería Breton, entonces ha cumplido su misión.

 

          El propio Paz hace una justa reivindicación de Neruda:

          “Pablo Neruda es el poeta más amplio, hondo y humano de su generación, en América y en España. No digo que sea el más perfecto sino el más vasto y variado; también, con frecuencia, el más intenso, ora desgarrador, ora risueño, a un tiempo simple y misterioso. Un poeta inmenso. En cada uno de sus libros, aun en los más flojos, hay poemas inolvidables; en cada uno de sus poemas, aun los más afortunados, hay líneas que son relámpagos de verdad.”[28]

          Estoy convencida de que la poesía de Pablo Neruda ha ejercido influencia en algunos poetas búlgaros de los años 70 y 80, cuando se percibe un aliento libertador, se nota una fisura en el dogmatismo y poquito a poco se empiezan a preparar los cambios políticos que culminarían en 1989. Antes que nada el poeta chileno nos enseñó que todo es poetizable.

          Como hispanista creo haber notado resonancias nerudianas en algunos de los mejores poetas búlgaros –Liubomir Lévchev, Luchezar Elenkov (casado con una de las traductoras de Pablo Neruda), Vania Petkova (que tiene un ciclo de poemas dedicado a Chile)–; seguro que mis colegas, especialistas en literatura francesa, inglesa, alemana, rusa, norteamericana argumentarán otras influencias también.

 

          En los años a los que acabo de referirme se organizaron en Bulgaria varios encuentros internacionales de escritores, a los que acudió no sólo gente de izquierdas. Disfrutamos de la presencia de Mario Benedetti, Sergio Pitol, Alexis Márquez Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Ernesto Cardenal, Caupolicán Ovalles, Manlio Arguedas, Sergio Galindo, Lizandro Chávez Alfaro, Arturo Corcuera, César Calvo, Eraclio Zepeda, para mencionar algunos de los hispanoamericanos, lo mismo que de muchos españoles, entre los cuales me acuerdo ahora de los nombres de Camilo José Cela, Ana María Matute, Justo Jorge Padrón, entre muchos más. Fueron diálogos fructíferos que aportaron para que hubiera un auténtico boom de traducciones.

 

Camilo José Cela, al terminar una mesa redonda sobre la traducción del español al búlgaro pidió que todos se levantaran honrando el enorme esfuerzo de los traductores búlgaros y diciendo que todos los presentes allí estaban en deuda con nosotros.

 

          La literatura de cada país, la literatura en general, es una intrincada red, hecha de correspondencias, alusiones, ecos, parodias, plagios; vasos comunicantes que si se cortan, matan al organismo. Las culturas pueden “entenderse” entre sí y “hablarse” mutuamente cuando creamos un canon de significados comunes.

 

          Creo que esto tiene que ver también con mi presencia aquí entre vosotros y os agradezco enormemente la paciencia y la amable atención con las que escuchasteis esta charla excesivamente larga.



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[1] Ponencia leída el 3 de mayo de 2004 en el encuentro literario Los Cervantes en Murcia.

[2] Teiteloim, Volodia. Neruda, La Habana, Artes y Letras,  p.342.

[3] Alexander Muratov: Poetas españoles e hispanoamericanos. Sofía, Ed. Nauka i Izkustvo, 1980. p.110.

[4] He encontrado varias referencias sobre esta episodio en la prensa búlgara entre los años 1973 y 1983; así mismo el texto referente al suceso de Confieso que he vivido ha sido reproducido en más de una ocasión en revistas y periódicos.

[5] Algunas de las canciones que interpretan J. Díaz y Rosa Zaragoza fueron rescatadas en Salónica, en Constantinopla, en Sofía, en Plovdiv, y en otras ciudades balcánicas.

[6] De niños a todos nos encantaba desayunar “pandishpán”: una masa porosa, abundantemente mojada en jarabe dulce.

[7] En aquellos tiempos macabros Bulgaria era el único país donde la población judía tuvo un crecimiento, porque muchos búlgaros se casaban con judíos para salvarlos y procreaban hijos.

[8] En la revista “Bulgarski knizhitsi”: tomamos el dato de Neikov, Teodoro: “Ispansko literaturno prisustvie v bulgarskata natsionalna kultura” -en: Prevodut y bulgarskata kultura. Sofia, Narodna Kultura, 1981.

[9] Pacheco, José Emilio. Antología del modernismo. (Selección, introducción y notas de J. E. Pacheco) p. XX.

[10] Me permito parafrasear un poco lo dicho por Octavio Paz: “Literatura de fundación”–en: Paz, Octavio: Obras completas. Dominio hispánico. Edición del autor. Volumen 3, México, FCE, 1994.  p.46

[11] Desconocemos las vías por las que el poema, que es bastante largo, llegó a manos de Neruda y quién le proporcionó la traducción primitiva. El especialista en lenguas eslavas, el poeta español Juan Eduardo Zúñiga, en cuyas traducciones me imagino que conocéis a muchos escritores rusos, ha realizado la versión completa al español.

[12] Volodia Teitelboim: Neruda, La Habana, Artes y Letras,  p.331.

[13] V. Jorge Edwards: Persona nos grata, Barcelona, Barral Editores, 1974. p.432. y también Volodia Teitelboim: Op. cit. p.325.

[14] Volodia Teitelboim: Op. cit. p. 331;  El propio Furnádzhiev confirma esta observación al contar que en el aeropuerto de Buenos Aires, mientras esperaban que pasara una tormenta sobre los Andes, se les acercó un señor de nacionalidad húngara que desde mucho radicaba en Chile: “Supongo –dijo– que ustedes viajan a Chile para las celebraciones de Neruda. Los reconocí por el idioma y porque han permanecido apartados de los demás viajeros.”

[15]  “Muchos escritores del mundo capitalista, a pesar de su deseo de trabajar por el pueblo, todavía muestran dudas respecto a varios problemas, relacionados con el método del realismo socialista, con el tema de las libertades del escritor, etc. Algunos todavía siguen bajo los efectos de la hipnosis de la estética burguesa, otros temen a las editoriales que exigen de ellos libros al servicio de las fuerzas reaccionarias, temen a las persecuciones policiales, a la vida en la miseria. Por esto fue tan grande el interés con que fueron escuchados las palabras del escritor brasileño Jorge Amado, de Dimitar Dimov, de Jan Drda que hablaron sobre su experiencia de escritores realistas, sobre el ejemplo de los escritores soviéticos, sobre los éxitos y las dificultades de los narradores en sus respectivos países, tocando también los temas del esquematismo, la falta de conflictos, del papel del Partido en la obra de ficción.” Casi no hace falta comentar los estragos que el método en marras ha causado en el antaño rebelde poeta. Al menos en este texto sobre su viaje a Chile...  Furnadzhiev, Nikola: Putuvane do Chili. Sofia, Narodna kultura, 1956. p. 24.

[16] también he leído las mismas frases hechas en la prensa de la URSS y de la antigua RDA.

[17] Furnadzhiev, Nikola: Op. cit., p.27.

[18] El subrayado es mío (L.T.)

[19] Furnadzhiev, Nikola: Op. cit., p.125.

[20] Son conocidas las disputas entre el poeta español y el chileno, y ya no queda rastro de duda de que era un conflicto entre dos concepciones de la poesía, dos filosofías, dos estéticas, no tanto entre dos personas de temperamento distinto. En un retrato de Pablo Neruda del año 1939, Juan Ramón Jiménez concentró sus ataques llamándolo “un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización.”

[21] Citado por Teitelboim, Volodia: Op.cit. p.177.

[22] Antes que nada en la prensa cultural.

[23] Vicente Huidobro había escrito una Oda a Lenin, entonces no era peligroso que se tradujera su Arte poética; se traducía, aunque en menor escala, a Octavio Paz, porque había estado presente en el Congreso de los Intelectuales Antifascistas en Valencia. Pero el señor criticaba a los regímenes totalitarios. “Ah, no lo sabía...”, se podía disculpar el traductor atrevido.

[24] Volodia Teitelboim sólo alude de paso a la estancia de Neruda en Bulgaria, en la p. 351 de su Neruda, Op.cit. El relato sobre su presencia en la Universidad lo debemos a la profesora Emilia Tsenkova, una de las fundadoras del Departamento de Español en aquel mismo año de 1961. Servía de intérprete al poeta chileno Teodoro Néikov.

[25] Sicard, Alain: El pensamiento poético de Pablo Neruda,  Madrid, Gredos, 1981, p.284.

[26] En sus Obras completas (Buenos Aires, 1957), en “Memorial de estos años”, se halla una referencia sobre su encuentro en Praga con Jorge Amado, que acababa de visitar Bulgaria. Neruda dejó estampados los siguientes versos: “Le conté mis caminos./ El regresaba / de Bulgaria, traía / luz de rosales rojos /en el pecho, / y me contó las cosas, / los hombres, las empresas, / el socialismo en marcha / en aquella / tierra erizada, ahora constructora.”

[27] Paz, Octavio: El ogro filantrópico, Barcelona, Seix Barral, 1979. p.303.

[28] “Poesía e historia: Laurel y nosotros” en: Paz, Octavio. op.cit. pp. 113–114.