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Perfiles: Jesús Pérez

Cuarenta años de enseñanzas

Jesús Pérez

Aunque hace cuatro años que Jesús comenzó a disfrutar de su merecida jubilación tras casi 40 años de trabajo en ÁTICA, su recuerdo es tan vívido que siempre es gratificante remontar el río de la memoria e ir deteniéndose en todos y cada uno de los momentos que su persona nos recuerda.

Porque de él aprendimos a no tener miedo a afrontar retos profesionales, aprendimos a no descuidar los detalles, a buscar la excelencia, a exigir cada día un poco más a nosotros mismos, a estar siempre disponibles para los nuevos proyectos, a no abandonar a ningún compañero en los momentos duros, aprendimos a divertirnos con el trabajo por monótono que fuese, a trabajar por la mañana, pero, sobre todo, a sacar lo mejor de nosotros a lo largo de la tarde. Aprendimos, con más e menos acierto, a ser profesionales porque siempre te tuvimos como un gran referente.

Jesús, nos enseñaste informática cuando no existía ni siquiera esa palabra, nos enseñaste la belleza de ayudar al investigador y la trascendencia de la gestión universitaria, nos enseñaste a tener siempre una sonrisa para quien entrase por la puerta, nos enseñaste que la alegría y el entusiasmo ganan siempre la batalla frente al tedio del trabajo, nos enseñaste a ser jefes cuando hay que serlo, compañeros cuando toca y confidentes cuando alguien lo necesita, nos enseñaste a convertir a nuestros erasmus en embajadores cuando ni siquiera existía eso que llaman ahora "transformación digital”, nos enseñaste a estar orgullosos de nuestra universidad y a pasear su nombre y nuestros logros por las calles de Murcia. Nos enseñaste a estimar tanto a nuestros universitarios que hasta tuviste que enseñarnos a defenderlos de nosotros mismos.

Cuando el Servicio de Informática se convirtió en ÁTICA y el antiguo CPD se subió al flamante edifico de Espinardo, las tardes en el Campus de La Merced ya no fueron como antes, ya no pasabas del CPD a Letras, de Letras a Derecho, de Derecho a la Nebrija buscando atender a ese profesor emérito, arreglar el ordenador de una bibliotecaria agobiada o ayudar con el carné a esos dos erasmus recién aterrizados.

Hoy, por las tardes en ÁTICA, no acabo de asumir tu ausencia, no acabo de asumir que ya no llevas silenciosamente el timón de este gran edifico desde tu despacho en el fondo del ala corta. Me consuela saber que ahora llevas con alegría otro timón y navegas sin temor por otros mares. Ahora son de verdad.

Gracias por tanto, Maestro.

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