Compañero del alma, compañero

Versión pdf del documento

Hoy hace siete días. Una semana ya. Y aún tengo grabadas en mi mente las palabras de su mujer: «Manolo. Soy Marisol, Llámame». Y lo hice, con el corazón encogido, adivinando lo que me iba a decir. Y me lo dijo. Suavemente, como si temiera (¡ella!) hacerme daño. Y hube de creer lo que hasta ese momento me negaba a aceptar: Antonio Soler ha muerto.

Yo conocí a Antonio en 1967, cuando llegó a su Murcia natal desde Madrid, donde cursó el Doctorado en Química Industrial y donde ganó su Cátedra de Química Técnica. Yo, por entonces, era estudiante de Química en la Facultad y empezó a darme clase en diciembre, recién incorporado. Hay que recordar (solo algunos podemos) la Universidad de Murcia (y la de España) en aquellos años para darse cuenta de lo que supuso entonces la llegada de un joven profesor de 28 años que explicaba lo que entonces se llamaba Química Técnica, es decir, la aplicación de la química a los procesos industriales. Para mí (y para muchos compañeros de curso) supuso descubrir nuevos horizontes profesionales que nos ilusionaron. Pero además, nos admiraba su forma de explicar, de razonar y de combinar química e ingeniería, pero también sus modales, su talante, incluso su manera de vestir.

Posteriormente, en 1970, decidí redirigir mi vida profesional y le solicité un puesto en el departamento. No me lo prometió, pero me dio esperanzas. Finalmente consiguió para mí una plaza de profesor encargado de curso y me incorporé, con otros compañeros, al incipiente departamento.

Explico ésto solo como marco general en el que situar la figura de Antonio. Él lo empezó todo. El consiguió que se implantara una efímera especialidad (de un curso) denominada «Minero-metalúrgicas» que empezó a poner las bases del futuro. Un par de años después, en 1972, con sus esfuerzos (reconocidos por el resto de profesores de la Facultad) se implantó una nueva especialidad (ya de dos cursos), llamada de «Química Industrial» de la que proceden la mayor parte de los químicos que hoy desarrollan su labor en la industria regional (y muchos también fuera de ella). Aproximadamente 23 años después, ya en 1995, la especialidad se transformó en la Titulación (de cinco cursos) de Ingeniero Químico.

Ello da una idea de su capacidad de organización y, sobre todo, de su capacidad de formación de equipos humanos. Fue también director de las tesis doctorales de muchos de nosotros. Nos enseñó a descubrir conocimientos y las mejores técnicas para transmitirlos. Y su capacidad de aunar esfuerzos y de gestionar la demostró después cuando fue Decano de la Facultad de Ciencias y, sin duda, cuando fue Rector de la Universidad y después Consejero de la Comunidad Autónoma, precisamente en el campo que constituía su mayor preocupación científica: el medio ambiente.

Sé que sus Vicerrectores y sus colaboradores (yo mismo fui uno de ellos) recuerdan su capacidad de trabajo, sus incansables esfuerzos por convencer cuando estaba seguro de algo. No le gustaban las discusiones inútiles, pero tampoco rehuía el debate. Lo demostró en muchas sesiones del claustro universitario, cuando fue Rector y ayudó a la democratización de las normas, comportamientos y actitudes universitarias. También estoy seguro de que lo demostró en muchos Consejos de Gobierno o en sesiones de la Asamblea regional, mientras fue consejero (por cierto, recuerdo ahora como sintió aquel incendio en Moratalla y lo mal que lo pasó entonces). Y todo esas cosas, las conseguía sin dar órdenes (y podía darlas, desde luego), porque no le gustaba violentarse ni violentar. Y su esfuerzo por crear y mantener el diálogo como fuente de entendimiento y de acuerdo. Y lo que él menos entendía: la intolerancia. Él, que se fue haciendo más tolerante con los años siguiendo impulsos internos, fruto de sus propias reflexiones, y externos. A los que no ha sido ajena su mujer, Marisol.

Yo le he visto evolucionar, a lo largo de los años, desde ciertas posiciones de indiferencia o de ausencia de preocupaciones políticas o sociales hacia posiciones más radicales (¡Qué fuerte esta palabra aplicada a Antonio! ¡Nunca fue un radical!). Y el cambio fue para bien: todos en el departamento nos dimos cuenta que su humanidad iba creciendo y que nuestra relación con él iba pasando, poco a poco, imperceptiblemente, de la subordinación y el respeto incondicional al maestro a la amistad con el hombre. Y en un momento dado ¡hasta empezamos a hablarle de tú!.

Personalmente tengo que agradecerle muchas cosas, pero hay alguna que jamás podré olvidar y que indico ahora para reflejar otra faceta de su carácter, su disponibilidad; siempre estaba cuando se le necesitaba: en una difícil situación familiar tuve todo su apoyo moral y real. Pero al mostrarle mi agradecimiento, su gran timidez (otra de sus facetas) intentaba evitar el reconocimiento debido. Le abrumaba sentir que le debíamos algo.

Por todo ello, el 30 de octubre hemos perdido a un profesor, a un maestro, pero sobre todo a un amigo. Estoy seguro de que todos sus compañeros del departamento tenemos en común ese sentimiento. Lo que cada uno somos, se lo debemos. Lo que hoy es el departamento y la titulación, se lo debemos. Muchos de nosotros le debemos nuestras carreras personales, nuestras investigaciones, todo. Creo, por ello, que nunca podremos olvidarle. Pero es que, además, tampoco vamos a intentar hacerlo. Antonio amaba el mar. Desde muchos puntos de vista. Como deportista, navegando. Como científico era su preocupación intelectual. El mar era su elemento y quizá su destino. Su inquietud y su afición. Por eso, dentro de mí y a pesar de todo, estoy contento porque sé que hoy es feliz, descansando allí, disperso, diluido, sintiendo las olas y las mareas y los vientos.


Artículo publicado en el diario La Chuleta
Miércoles, 12 de noviembre de 2003


Manuel Rubio Torres
Departamento de Ingeniería Química
Facultad de Química