Punto 5. Ciencia e ingeniería romanas

Cabecera ruta Cartagena

 

Decumano Cartagena

Bajo la actual Plaza de los Tres Reyes, la ruta se abre a nuestros pies mostrándonos parte de la calzada de un decumano (calle con orientación este-oeste) principal de la ciudad de Carthago Nova, el cual da acceso a un gran conjunto termal.

Este lugar, como muchos otros de la ciudad, representa las hazañas y logros del famoso ingenio romano. Todos hemos crecido sabiendo de su mítica destreza y técnica en la construcción de obras públicas, diseño de complejas invenciones y desarrollo de materiales, pero quizá sea momento de poner a prueba algunos de nuestros conocimientos y aclarar errores y mitos muy comunes.

La verdadera calzada romana

perfil de una calzada romanaEn contra de lo que imaginamos, y a pesar de lo que podemos creer al ver este yacimiento, las calzadas romanas no estaban pavimentadas con losas de piedra como en los comics de Asterix y Obelix, sino con capas de gravas menudas que se asentaban unas sobre otras y todas ellas sobre una excelente cimentación de piedras muy gruesas hasta alcanzar más de un metro de altura. La última capa por la que se transitaba, es decir, la capa de rodadura, consistía en gravas de tamaño pequeño o zahorras. Hay que pensar que los romanos no erraban a sus caballos, y que una superficie pulida y resbaladiza de piedras planas no haría sino provocar el continuo derrape de carros y bestias.

El enlosado o el adoquinado se reservaban solamente para el interior de las ciudades, a fin de calzada romana adoquinada en Pompeyaevitar el polvo y el barro en las calles, y muy particularmente facilitar la limpieza de los excrementos de los animales que por ellas transitaban.

Lo primero que llama nuestra atención son estos dos grandes bordillos, que en una auténtica calzada romana solían estar separados entorno a los seis metros y medio, lo necesario para que pudieran cruzarse dos carros en direcciones opuestas. Los romanos circulaban por carreteras con un excelente pavimento, regular, sin baches y bien nivelado, muy alejado de la idea de caminos estrechos, empedrados y de trazos sinuosos o empinados, por los que un carro romano jamás hubiese podido avanzar con la tracción suficiente. En realidad, muchas de las vías que hoy popularmente se identifican con calzadas romanas no son sino caminos de mulas o carreteras medievales, y aun posteriores, de mucha peor factura y condición.

 

¿Sabías que...?

Un miliario es una columna cilíndrica que se colocaba en el borde de las calzadas romanas para señalar las distancias cada mil passus (pasos dobles romanos) es decir, cada milla romana, lo que equivale a una distancia de aproximadamente 1480 metros.

 

Hacer fluir el agua cuesta arriba

Acueducto romanoSi la nivelación y el estudio de pendientes resultaban de capital importancia en la planificación de las calzadas romanas, era en el abastecimiento y distribución del agua donde la ingeniería romana alcanzaba el rango de perfección.

Consideremos si no la dificultad de transportar un flujo constante de agua durante más de 100 kilómetros, atravesando montañas y valles, hasta llegar al grifo de una fuente o un baño público. A la ya de por sí abrumadora labor constructiva, se suman dos nada insignificantes detalles físicos: Los canales de agua requieren de un preciso equilibrio respecto a su pendiente, en pendientes superiores al medio metro por kilómetro (> 0,05%) el propio agua provoca la erosión del canal, mientras que pendientes menores del 0,01% ocasionan la sedimentación de los sólidos que atascan la conducción. Así mismo, más allá de los 50 metros de longitud, los errores derivados de la esfericidad de la Tierra resultan notables.

Algo que cualquier constructor de acequias romano sabía, y que probablemente el visitante común no se haya planteado hasta ahora, es que el agua no fluye en línea recta, sino paralela a la curvatura terrestre; razón por la cual un terraplanista, o un acequiador inexperto guiado únicamente del nivel óptico, encontrará que el agua no sólo no va hacia donde quisiera, sino que incluso regresa hacia él.

Dificultades estas ridículas para la pericia romana que llegaba al punto de hacer fluir el agua cuesta arriba. Un ejemplo es el sifón romano, un sistema de dos depósitos separados por una cota, el de entrada siempre a una altura mayor que el de salida, y conectados entre sí, que permitía salvar alturas considerables gracias a la gravedad y a la presión atmosférica.

¿Sabías que...?

Para trazar un acueducto que salvara un valle, los romanos conocían dos soluciones: el puente, que se limitaba a mantener la pendiente inclinada del acueducto, y el sifón, que llevaba el agua en caída brusca por una ladera del valle y en subida empinada por la otra, en virtud del principio según el cual el agua encerrada en una tubería siempre asciende hasta su altura original. Se recurría al puente si el valle era somero; al sifón, si la profundidad del valle lo exigía por el peligro inherente a un puente demasiado alto.

Más hondo que ninguno

Gracias a sus conocimientos sobre hidráulica, los romanos lograron explotar como nadie los recursos mineros a su alcance resolviendo con ingenio e inventiva los principales problemas de toda prospección minera: el drenaje del agua y el lavado y triturado del mineral.

Conforme se profundiza en una galería o mina a cielo abierto, el agua freática se filtra anegando la explotación e impidiendo la retirada del material. Los mineros romanos sin embargo contaban con toda una batería de artificios, como norias, tornillos de Arquímedes y bombas de pistón, gracias a los cuales lograban extraer y elevar el agua del fondo de la mina alcanzando profundidades como ninguno hasta entonces.

Otros artefactos, como los molinos de estampación o los martillos de viaje, utilizaban la fuerza del agua para triturar el mineral extraído en pequeños trozos. El agua necesaria era traída desde donde hiciera falta, y en la cantidad que hiciera falta, gracias a una red de acueductos aún más sofisticados y grandiosos que los que abastecían a las ciudades.

¿Sabías que...?

La Ruina montium era una técnica romana de minería basada en la fuerza del agua para disolver completamente una montaña. Descrita por el historiador Plinio el Viejo (23-79 d.C.) comenzaba por deforestar la zona y excavar una serie de galerías bajo la montaña a través de las cuales se soltaba en tromba una ingente cantidad de agua previamente almacenada en una presa. La erosión provocada arruinaba completamente la montaña causando su desmoronamiento.

 

Que me entierren en la bañera

Mencionar la palabra acueducto, sin duda evoca en nuestra mente la imagen de un bello y estilizado conjunto de arcos de piedra con un canal en la parte superior por donde discurre el agua. Interesante paradoja, ya que en realidad los acueductos dotados de arquerías resultan una rareza en el mundo romano. La inmensa mayoría de los acueductos romanos eran por supuesto canalizaciones por tubería, y además muchísimas de ellas, sino la mayoría probablemente eran tuberías de madera. Decimos probablemente, porque con el tiempo se pudren y no permanecen como las de piedra, cerámica o plomo también usadas en la época.

Bañera romana

 

El sistema de fontanería romano era enormemente elaborado, antes de entrar a la ciudad, el agua era decantada en amplios depósitos de los que rebosaba ya transparente (aunque sin potabilizar, esto es, sin ningún tratamiento químico o biológico que eliminara la presencia de microorganismos o sustancias tóxicas, que tampoco los romanos eran la panacea) y conducida mediante empalmes, codos, válvulas torneadas y grifos hasta fuentes, letrinas y baños públicos; o privados, para el caso de algún acaudalado ciudadano que pudiera permitirse el poseer una bañera propia, probablemente de bronce o piedra. De nuevo decimos probablemente, porque el bronce era y es un material valioso, y con la caída del Imperio prácticamente desaparecieron todas, fundidas para diferentes usos, al igual de las de piedra, reutilizadas como sarcófagos.

Para una civilización que alcanzó tan grandes cotas de perfección en el campo de la tecnología hidráulica, no deja de ser un curioso epitafio la cantidad de gente que hay enterrada en una bañera de piedra romana.