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Ésta es una versión obsoleta y en parte inoperativa, conservada únicamente a efectos de archivo, del subsitio de Antonio Giménez Reíllo, profesor colaborador en el Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Murcia.

Saber la mitad

نصف العلم

Dos noticias han removido estas últimas semanas las plácidas aguas del arabismo español: la posible desaparición, por una parte, del árabe del plan docente de la U. de Oviedo y, por otra, del Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo de Zaragoza. Ambas son, para muchos, la mejor constatación de que el llamado Proceso de Bolonia, ahora ya en marcha, representa una amenaza concreta y real para el estudio de las Humanidades en general y los Estudios Árabes e Islámicos en particular. "Bolonia ya está aquí...", habrá pensado más de uno, "y de la mano de la crisis".

Lo de Oviedo se ha recibido con verdadera alarma, pero en realidad sigue una tónica general de pérdida de créditos y asignaturas. Aquí en la U. de Murcia, sin ir más lejos, la implantación de los nuevos grados ha supuesto no sólo una reducción en el número de créditos relacionados con la lengua árabe, sino la desaparición, p. ej., de la única asignatura dedicada específicamente al árabe marroquí, cuya relevancia para la región parecía obvia a primera vista. En las universidades donde se impartía la licenciatura en Filología Árabe (ocho en total: Alicante, Autónoma de Madrid, Barcelona, Cádiz, Complutense, Granada, Salamanca y Sevilla) se ha intentado mantener la especialidad bajo otras denominaciones, pero el retroceso con respecto a planes anteriores es incuestionable, y otro tanto sucede en el caso de las titulaciones donde el árabe se imparte como lengua optativa.

Ante esta constatación el gremio ha reaccionado como cabía esperar. En público han sido numerosas las manifestaciones de adhesión incondicional a la causa del árabe en Oviedo, cuyo principal argumento es la excelencia de aquellos estudios. En privado, en cambio, o al menos ésa es mi impresión, reina cierta indiferencia y derrotismo, fruto tal vez de la falta de fe en nosotros mismos y en nuestros colegas. Yo personalmente he optado por manifestar también mi adhesión (algo menos pública e incondicional) a la causa, porque, aunque entiendo muy poco de estudios aljamiados, me preocupa que los universitarios de Oviedo pierdan esta oportunidad de iniciarse en el estudio del árabe: un "pájaro en mano", además, donde no hay ciento volando.

Desde mi punto de vista, por lo general bastante crítico, creo, con el presente y el pasado de nuestro arabismo, lo grave no es que estos recortes curriculares o presupuestarios amenacen a un sistema claramente necesitado de reforma (como lo están, en realidad, tantos otros ámbitos de la universidad española —y lo seguirán estando después de Bolonia, porque seguiremos siendo, poco más o menos, los mismos perros con distintos collares—), sino que estas medidas lleguen y se apliquen, por así decirlo, de espaldas a dicha necesidad: no es que los estudios árabes e islámicos vayan a desaparecer de aquí o de allá para concentrarse en otro lugar, que se vaya a prescindir del profesorado más incompetente o que los créditos se repartan y la docencia se reorganice para garantizar una formación más acorde con los objetivos de Bolonia. No. El objetivo, si es que hay alguno concreto, no parece ser obligarnos a mejorar, sino ir liquidándonos a precio de saldo. De ese modo se pondría coto a lo que se considera una inflación en el número de profesores (más de 150 sólo en el área de conocimiento "Estudios Árabes e Islámicos", según el INE) y de licenciados subempleados o en paro, y se castigaría así nuestra inoperancia dejándonos expirar lentamente en ella a justos y pecadores, docentes o discentes, por igual, porque en lugar de plantar un peral, se poda el olmo.

En un párrafo de su prólogo al informe de Malcolm Skilbeck, The University Challenged (2001), citado hasta la saciedad, Roger Downer y Don Thornhill sintetizaban de este modo cuál iba a ser (o más bien, cuál se pretendía que fuera) la evolución de la Universidad en el siglo XXI:

The university is no longer a quiet place to teach and do scholarly work at a measured pace and contemplate the universe as in centuries past. It is a big, complex, demanding, competitive, business requiring largescale ongoing investment.

Visto desde España, se diría que ese "gran negocio, complejo, exigente y competitivo" ha de montarse de la noche a la mañana pero sin la "inversión continuada a gran escala" que requiere y, lo que es peor, con una política de personal propia de la empresa más familiar que haya, y que en el caso de los estudios árabes e islámicos ha permitido, p. ej., que licenciados y doctores aterricemos de una forma u otra en la docencia sin demostrar en ningún momento (algunos ni siquiera en el aula) cuánto y qué árabe sabemos, pese a todas las evidencias en contra. Muchos de nuestros males son los de toda la Universidad, pero también los hay endémicos como éste, y más de uno, creo, desearíamos que el Estado nos pidiera cuentas en este sentido, ya que no lo ha hecho nunca hasta ahora ni parece que vaya a hacerlo invocando las reformas de Bolonia. Si a consecuencia de ello se llegara a la decisión de arrancar el olmo de cuajo y dejar sólo un mínimo pero vigoroso plantón de peral, al menos la pérdida de créditos, asignaturas y plazas habría merecido la pena.

Así, a decir verdad, el problema no es que estos estudios árabes e islámicos que conocemos vayan languideciendo hasta desaparecer (que continuaran existiendo durante mucho más tiempo también lo sería), sino que con ello se postergue, o en el peor de los casos se pierda, la oportunidad de que surjan unos nuevos, acaso bajo una forma muy distinta, pero que respondan mejor a los retos del presente y del futuro. Lo que está en juego, en definitiva, no es la continuidad, sino la alternancia.

Suele decirse que la España del siglo XVII desaprovechó la oportunidad de adelantarse a otras naciones en el desarrollo de los estudios árabes, siendo como era entonces, por su coyuntura, la más indicada para hacerlo. Hoy no nos encontramos en una situación particularmente privilegiada, pero podríamos estarlo a la vuelta de unos años, cuando cientos de estudiantes de origen árabe y religión musulmana accedan a la universidad con un bagaje lingüístico y cultural envidiable. Está sucediendo ya en otros países europeos, de cuyos errores pasados y presentes, al parecer, no aprendemos. Lo que encontrarán, si por desgracia esta manera de entender Bolonia sigue vigente, no será al nuevo "homo arabista", sino más bien a las monas que hayan sabido vestirse de seda y librarse a codazos de sus congéneres, formas ambas muy distintas de entender el proceso de la selección natural.

Dice un refrán árabe que saber la mitad es más peligroso que no saber («نصف العلم أخطر من الجهل»). Adivinen a cuál de estos supuestos se enfrenta, al parecer, el estudio del árabe y el islam en la universidad española.