“La organización del Partido y la literatura del Partido”
V. I. Lenin[1]

 

         Las nuevas condiciones del trabajo social – demócrata, creadas en Rusia tras la revolución de octubre [de 1905], han puesto al orden del día la cuestión de una literatura de Partido. La diferencia entre prensa legal e ilegal, esa triste herencia de la Rusia de la servidumbre y la autocracia, comienza a desaparecer. No ha desaparecido del todo aún, ni mucho menos. El gobierno hipócrita de nuestro primer ministro[2] fustiga todavía de forma tal que los Izvestia del Soviet de los diputados obreros[3] se imprimen “clandestinamente” porque, dejando aparte la vergüenza que cae sobre el gobierno y los nuevos fracasos morales que sufre, sus torpes tentativas de “prohibir” lo que no puede impedir no le dan resultado.

         Cuando existía la diferencia entre prensa legal y clandestina, la cuestión de una  prensa del Partido y otra que no era del Partido tenía una solución simple, aunque fuera falsa y absurda. Toda la prensa ilegal era prensa del Partido, y era editada por organizaciones y dirigida por grupos que de uno u otro modo estaban ligados a grupos de militantes del Partido dedicados al trabajo práctico. Toda la prensa legal carecía de partido puesto que estaba prohibido pertenecer al Partido, aunque se “inclinasen hacia tal o cual Partido”. Se producían así uniones monstruosas, promiscuidades anormales, camuflajes hipócritas; a las reticencias forzosas de los que intentaban expresar el punto de vista del Partido, se mezclaba la insuficiencia o la cobardía de ideas de quienes no habían logrado llegar a ese nivel de puntos de vista y que, en el fondo, no eran hombres del Partido.

         ¡Tiempos malditos, de discursos esópicos, de bajeza literaria, de expresión servil, de esclavitud ideológica! El proletariado ha puesto fin a esa ignominia que asfixiaba todo lo vivo y puro que en Rusia había. Pero, de momento, el proletariado solamente ha conseguido para Rusia una libertad a medias.

         La revolución no ha terminado aún. Aunque el zarismo es ya incapaz de vencer a la revolución, la revolución no es todavía capaz de vencer al zarismo. Y vivimos una época en que en todo y por todas partes se manifiesta esa combinación antinatural de un espíritu de partido abierto, honesto, recto y consecuente, y un “legalismo” clandestino, disfrazado, “diplomático” y lleno de subterfugios. Esta combinación contra natura se puede encontrar hasta en nuestro periódico: el señor Guchkov[4] se permitirá ironizar a sus anchas sobre la tiranía social – demócrata que prohíbe la publicación de periódicos burgueses y moderados, pero, pese a ello sigue siendo cierto que el órgano central del Partido Obrero Social – Demócrata Ruso, el Proletari, no puede franquear las puertas de la Rusia autocrática y policíaca.

         En cualquier caso, la primera etapa de la revolución nos obliga a todos a ponernos inmediatamente a trabajar para lograr un nuevo enderezamiento de las cosas. La literatura puede ser ahora, incluso legalmente, una literatura de partido en sus 9 / 10 partes. La literatura debe convertirse en una literatura de partido. En oposición a las costumbres burguesas, en oposición a la prensa burguesa patronal y mercantil, en oposición al arribismo literario y al individualismo burgués, en oposición al “anarquismo aristocrático” y a la persecución de beneficios, el proletariado socialista debe preconizar el principio de una literatura del Partido, desarrollarlo y aplicarlo bajo una forma tan plena y completa como sea posible.

         ¿En qué consiste ese principio de la literatura del Partido? No sólo en que la literatura no debe ser, para el proletariado socialista, un medio para el enriquecimiento de algunos individuos o grupos de individuos, sino también en que no debe tratarse de un asunto individual independiente de la causa general del proletariado. ¡Abajo los literatos apolíticos! ¡Abajo los superhombres de la literatura! La literatura debe convertirse en una parte de la causa general del proletariado, ser “ruedecita y tornillo” del gran mecanismo social – demócrata, uno e indivisible, puesto en movimiento por la totalidad de la vanguardia consciente de toda la clase obrera. La literatura debe llegar a ser una parte integrante del trabajo organizado, metódico y unificado del Partido Social – Demócrata.

         “Toda comparación es coja”, dice un proverbio alemán. Mi comparación de la literatura con un tornillo, de un movimiento vivo con un mecanismo, cojea también. Habrá intelectuales histéricos que clamarán contra semejante comparación, que eso significaría una degradación, una mortificación, una “burocratización” de la libre lucha ideológica, de la libertad de crítica, de la libertad de creación literaria, etc., etc. Tales clamores no serían, de hecho, más que expresión del individualismo de los intelectuales burgueses. Es indiscutible que la literatura se presta menos que cualquier otra cosa a semejante ecuación mecánica, a la nivelación, al dominio de la mayoría sobre la minoría. Resulta indiscutible que es absolutamente preciso, en este campo, conceder un lugar más amplio a la iniciativa personal, a las inclinaciones individuales, al pensamiento y a la imaginación, a la forma y al contenido. Todo esto es incontestable, pero todo esto prueba solamente que el sector literario del trabajo del Partido no puede identificarse mecánicamente con los otros sectores de su trabajo. Todo esto no contradice el principio, extraño y curioso para la burguesía y la democracia burguesa, de que la literatura debe, necesaria y obligatoriamente, convertirse en un elemento del trabajo del Partido Social – Demócrata, indisolublemente ligada a sus otros elementos. Los periódicos tienen necesariamente que estar dentro de las organizaciones del Partido. Las casas editoriales, los almacenes, las librerías y las salas de lectura, las bibliotecas y demás establecimientos han de ser empresas del Partido, sometidas a su control. El proletariado socialista organizado ha de vigilar esa actividad, controlarla a fondo, e introducir en ella, a todos los niveles sin excepción, el espíritu vivo de la causa viva del proletariado, poniendo fin de este modo al viejo principio ruso, semi - oblomoviano[5] y semi – mercantil que dice: “el escritor escribe cuando le da la gana, y el lector lee cuando le apetece”.

         Evidentemente, no pretendemos que esta transformación de la literatura pueda ser realizada de golpe, estando como está corrompida por una censura asiática y una burguesía europea. Estamos lejos de preconizar sistema rígido alguno, o de querer resolver el problema con unos cuantos reglamentos. No, éste es un terreno en el que no puede ni pensarse en esquematismos. Es preciso que todo nuestro Partido, todo el proletariado social – demócrata consciente de Rusia entera tome conciencia de esta nueva tarea, la defina claramente y se apreste, en todas partes y a toda hora, a realizarla. Una vez liberados de las cadenas de la censura feudal, no queremos aceptar, y no aceptaremos, las cadenas de las relaciones literarias burguesas y mercantiles. Queremos crear, y crearemos, una prensa libre, y libre no sólo en el sentido policiaco del término, sino libre también de arribismos y, aún más, libre del individualismo anárquico burgués.

         Esas últimas palabras podrán parecer al lector una paradoja, o tal vez un sarcasmo. ¡Cómo!, exclamará quizás algún intelectual, apasionado partidario de la libertad. ¡Cómo! ¡Queréis entonces, someter a la colectividad un tema tan delicado, tan individual como el de la creación literaria! ¡ Queréis que los obreros resuelvan, por mayoría de votos, los problemas de la ciencia, de la filosofía y de la estética! ¡Estáis negando la libertad absoluta de la creación puramente individual del espíritu!

         - ¡Tranquilidad, señores! En primer lugar, se trata solamente de la literatura del Partido y su sumisión al control del Partido. Cada uno es libre de escribir o decir lo que quiera, sin restricción alguna. Pero toda asociación libre (incluido el Partido) es libre también de expulsar a los miembros que utilizan el nombre del Partido para propagar ideas contrarias al Partido. La libertad de palabra y la libertad de prensa han de ser completas. Pero es necesario que también la libertad de asociación sea completa. No tengo más remedio que concederte el pleno derecho de mentir, gritar o escribir lo que te apetezca, en nombre de la libertad de palabra. Pero tú estas obligado, en nombre de la libertad de asociación, a concederme el derecho de contraer o romper una alianza con los que dicen esto o aquello. El Partido es una asociación voluntaria que se disgregaría inevitablemente, primero ideológica y luego físicamente, si no purgase a los miembros que propagan concepciones contrarias a sus principios. Y para trazar las fronteras entre lo que corresponde a las concepciones del Partido y lo que les es contrario, está el programa del Partido, están las resoluciones tácticas del Partido y está también, en fin, toda la experiencia de la social – democracia internacional, de las asociaciones libres del proletariado internacional que, constantemente, admite en sus Partidos elementos diversos, o corrientes no del todo consecuentes, no del todo marxistas, no del todo justas, pero que a la vez practica también constantemente “purgas” periódicas de su Partido. Lo mismo sucederá entre nosotros, dentro del Partido. Señores partidarios de la “libertad de crítica” burguesa: nuestro Partido se está convirtiendo ahora, de golpe, en un partido de masas, estamos asistiendo, ahora, a un tránsito brusco a formas abiertas de organización y vendrán a nosotros, inexorablemente, muchas gentes inconsecuentes (desde el punto de vista marxista), tal vez hasta cristianos y místicos. Nuestro estómago es sólido, somos marxistas fuertes y a toda prueba. Asimilaremos esos elementos inconsecuentes. La libertad de pensamiento y de crítica en el seno del Partido no nos harán olvidar nunca la libertad de los hombres para agruparse en asociaciones libres, llamadas partidos.

         En segundo lugar, señores individualistas burgueses, hemos de decirles que sus discursos sobre la libertad absoluta no son sino pura hipocresía. En una sociedad fundamentada en el poder del dinero, en una sociedad en que las masas trabajadoras vegetan en la miseria mientras un puñado de ricachos viven como parásitos, no puede existir una libertad verdadera, real. ¿Es usted libre ante su editor burgués, señor escritor? ¿Y ante su público burgués que le exige pornografía en descripciones y cuadros, prostitución, como “suplemento” al “sagrado” arte dramático? Esa libertad absoluta no es, de hecho, más que una frase burguesa o anarquista (puesto que, como concepción del mundo, el anarquismo no es sino la ideología burguesa puesta del revés). Vivir en una sociedad y no depender de ella es imposible. La libertad del escritor burgués, del artista, de la actriz, no es sino dependencia enmascarada (o que se intenta enmascarar hipócritamente) de la bolsa de oro, del soborno y del corruptor.

         Nosotros, los socialistas, hemos de desenmascarar esa hipocresía y arrancar las falsas insignias, no para obtener una literatura y un arte desgajado de las clases (lo que no será posible hasta que exista la sociedad socialista sin clases), sino para oponer a esa literatura que se pretende libre hipócritamente, estando como está ligada a la burguesía, otra literatura verdaderamente libre, abiertamente ligada al proletariado.

         Y ésta será una literatura libre porque ya no será el afán de ganancias ni el arribismo quienes le aportarán unas fuerzas permanentemente renovadas, sino el ideal del socialismo y la simpatía hacia los trabajadores. Ésta será una literatura libre porque dejará de servir a damiselas hastiadas y a “los diez mil de arriba” que se aburren y engordan, sino que servirá a los millones, a las decenas de millones de trabajadores que son la flor y nata del país, su fuerza y su futuro. Esa literatura verdaderamente libre fecundará la última palabra del pensamiento revolucionario de la humanidad gracias a la experiencia y al trabajo vivo del proletariado socialista; provocará, de manera permanente, una acción recíproca entre la experiencia del pasado (el socialismo científico que ha permitido el desarrollo completo del socialismo, desgajándolo de sus primitivas formas utópicas) y la experiencia del presente (la lucha actual de los camaradas obreros).

         Ahora, camaradas, ¡manos a la obra! Tenemos ante nosotros una tarea nueva y difícil, pero, también, grande y noble: la tarea de organizar una literatura vasta, rica y variada, en estrecha e indisoluble trabazón con el movimiento obrero social – demócrata. Toda la literatura social – demócrata debe convertirse en literatura del partido. Todos los periódicos, las revistas, las editoriales, etc., deben emprender de inmediato su trabajo de reorganización, y prepararse para entrar completamente, bajo una u otra forma, en una u otra organización del Partido. Sólo entonces la literatura “social – demócrata” lo será de verdad, sólo entonces podrá cumplir su deber, sólo entonces podrá liberarse de la esclavitud burguesa, aún dentro del marco de esa misma sociedad burguesa, fusionándose con el movimiento de la clase que avanza de verdad en vanguardia y que es revolucionaria hasta el final.



[1] Lenin, sobre Arte y Literatura. Prólogo, traducción y edición de Miguel Lendínez. Ediciones Júcar. Madrid. 1975. Págs. 70-77. Texto original de 1905.

[2] WITTE, Serguei Julievich, conde (1849 – 1915), ministro de Alejandro III y Nicolás II, de origen alemán; fue Presidente del Consejo de Ministros en 1905, partidario de hacer concesiones al movimiento revolucionario y de la convocatoria de Duma, autor del Manifiesto del 17 de octubre de 1905.

[3] Izvestia (noticias) Sovieta Rabóchij Deputatov, órgano del que aparecieron en San Petersburgo 10 números entre el 17 (30) de octubre y el 14 (27) de diciembre de 1905, en el movimiento revolucionario. El actual Izvestia se publica desde 1917.

[4] GUCHKOV, Aleksandr I. (1862 – 1936), gran industrial; fundó y dirigió “Unión del 17 de octubre” (“octubristas”) y presidió la III Duma (1907 – 1912). Ministro del gobierno provisional de 1917, se exilió en 1919.

[5] Oblómov, héroe de la célebre novela del mismo nombre publicada en 1859 por Ivan Alexandrovich GONCHAROV (1812 – 1891). Personifica la rutina y la pereza del gran propietario rural de la época de la servidumbre. La frase entrecomillada es de Shchedrín.