EN TORNO A LA
PERTINENTIZACIÓN LINGÜÍSTICA CON
ESPECIAL ATENCIÓN AL COMPONENTE FONÉMICO(
[1]
)
Estanislao Ramón Trives
(Universidad de Murcia)
El sistema fonológico in
genere, presente en todo hablante, es el que hace
posible el multilingüismo potencial -siquiera sea
reflexivo o metalingüístico- de un hablante cualquiera,
y se establece como sistema fonológico lingüístico
universal, de acuerdo con la universalidad de las
posibilidades acústico-articulatorias humanas.
La capacidad lingüística acústico-fono-articulatoria se activa
dentro de cada sistema, hasta tal punto que un individuo
abandonado a sus únicas fuerzas personales, lejos
de cualquier sociedad hablante, quedaría entorpecido
o entumecido para el normal desenvolvimiento lingüístico-comunicativo
(cf. los estudios sobre los llamados niños «salvajes»,
como el caso de Kaspar Hauser), teniendo que acceder
a la lengua tras un largo aprendizaje, sin duda generacional,
en sustitución de la labor de aprendizaje durante
la etapa preceptivo-maternal o similar en la adquisición
de la lengua materna.
El sistema fonológico adquirido tras el entrenamiento práctico
dentro de cada lengua, actúa desde su peculiar sistemática
o inmanencia, no apoyándose en ninguna otra sistemática
complementaria (semántica u otra), que por más que
acompañe siempre, no puede confundirse con ella sin
contradicción. Cada sistema fonoarticulatorio (la
lengua dispone de varios registros fono-articulatorios,
manteniendo la misma sistemática morfo-comunicativa,
explotando la función sintomático-intencional del
lenguaje) supone la especial pertinentización(
[2]
) de una serie de componentes fono-articulatorios
caracterizados precisamente por su capacidad distintiva
mutua, con un máximo de rentabilidad. Es decir, cada
lengua supone un adiestramiento en la capacidad perceptiva y emisiva fono-articulatoria
dentro del especial umbral lingüístico que cada sistemática concreta selecciona dentro de la
capacidad fono-articulatoria universal. En la distintividad sistemática fono-articulatoria, precisamente, fundamenta
el hablante, o puede fundamentar, la
instrumentación simbólico-comunicativa en la transmisión
completa de mensajes, de acuerdo con los especiales
micro/macroagrupamientos morfo-sintácticos de las
distintas series distintivas fono-articulatorias.
Pero precisamente la condición de auténtica posibilidad
de instrumentación simbólico-comunicativa praxio-semio-sintáctico-morfológica nos pone ante la especial naturaleza
del funcionamiento
inmanente del sistema fonológico, que no puede
ser confundido, ciertamente, con su rendimiento (no siempre, por otra parte,
simbólico-comunicativo, también poético, conativo,
etc.).
Sobre la base de lo arriba señalado, la capacidad simbólico-comunicativa
indudable del lexema «guapa»,
por caso, pende de su funcionamiento semio-distintivo
o articulación sémica en torno al eje de la /valoración
de la belleza humana/, es decir, por su oposición
semio-distintiva con «fea».
Dicha distinción sémica no procede de ninguna de las
oposiciones fonológicas establecibles con respecto a «guapa», es decir,
la serie “guasa”, “guata”, “suena”, “ciega”, “cueva”,
etc., ya que el lexema «guapa» se opone efectivamente
a todas las posibilidades admitidas por el sistema
fonológico, dejadas en puras posibilidades, precisamente
por la especial realización fónico-distintiva que
supone [gwápa]; pero no todas las posibilidades sistemáticas
operan semio-distintivamente, puesto que, evidentemente,
no todas las posibilidades combinatorias fono-articulatorias
se agotan en la instrumentación
que suponen, a fin de cuentas, las distintas sistemáticas
integradas en el mecanismo lingüístico, morfológico-sintáctico-semio-praxiológicas.
En efecto, es lícito, fonológicamente, oponer /gwápa/
a /’swáta’/, /’xwáma”/, etc., donde su único apoyo
de funcionalidad es su capacidad
distintiva respecto a los rasgos componenciales
propios del agrupamiento que supone cada fonema, que
no es sino el tipo fono-articulatorio distintivamente
seleccionado por cada lengua de entre las posibilidades
fono-articulatorias del mecanismo comunicativo humano
en general(
[3]
).
El umbral fonológico
acústico-articulario, propio de cada lengua, supone
la selección o apropiación de rasgos distintivos con
la eliminación de otros que deja por debajo de su
umbral fonológico, en la mera
capacidad fonética en su caso, o en la pura
fono-articulatoria, más o menos remota, al tratarse
de rasgos del sistema universal absolutamente inoperantes
en nuestra lengua. El sistema fonológico se acompaña
de un especial sistema o subsistema acústico-articulatorio
de donde sólo selecciona unos rasgos o componentes,
no todos los efectivamente ejecutados: estos rasgos,
por así decir, concomitantes, o en el límite del umbral
de la conciencia sistemático-lingüística, pueden pasar
a primer plano en los distintos tratamientos estilísticos
-piénsese en los efectismos conseguidos a base
de [s] vs [z],
[β] vs [b], en realizaciones o
imitaciones jocosas-. Pero hay otros que ni
tan siquiera se encuentran en concomitancia con respecto
al sistema fonofonológico peculiar de cada lengua,
perteneciendo al sistema fonológico universal humano,
extrapolado de las posibilidades fono-articulatorias
que cada sistema actualiza, sin que, por supuesto,
pueda encarnar en ningún idioma en su totalidad. Podemos,
por caso, no tener fonemas
glotales, pero el mecanismo fono-articulatorio
glotal está ahí para ser activado dentro de la sistemática
fono-articulatoria que lo requiera, como ocurre con
el árabe, por ejemplo. Es una secuela de la condición
económica
de nuestras lenguas.
Todo ello no puede suponer desdoro o desvaloración de la
operatividad lingüística de los otros componentes
del sistema lingüístico integral. Pero no podemos
olvidar que lo habitualmente concomitante, es decir,
la instrumentación
simbólico-comunicativa, no debe ser confundido
con lo funcionalmente imprescindible, lo pertinente o «pertinentizado», puesto que dentro de las posibilidades fono-articulatorias
en abstracto sólo se ejecutan una serie de ellas en
cada lengua, y de éstas sólo se pertinentizan
las que, grosso modo, podemos considerar dentro del
ámbito del fonema, umbral sistemático distintivo que
hace que la /e/, en castellano, por caso, se oponga
o perciba distintivamente con respecto a la /b/, por
ser vocal, y a la /a/, /i/, etc., por ser tal vocal, pero no a la /ε/, /θ/, /α/, etc., no porque
un hispanohablante no pueda articularlas o no las
articule en ciertos momentos de su especial ejecutoria
lingüístico-comunicativa, sino porque no pertinentiza
esas variantes, y al no fonologizarlas, naturalmente,
no puede instrumentarlas en la obtención de un rendimiento
simbólico-comunicativo, por caso. De ahí que la pertinentización
fonológica o fonologización, si se quiere, se haya
confundido con la natural instrumentación simbólico-comunicativa
subsiguiente, que no es el porqué
de la distintividad fonológica, que no consiste sino
en la pertinentización que supone el peso del paradigma
todo del sistema que gravita sobre cada fonema; pero
sí es el para
qué del mismo, el sentido por así decir praxio-semio-sintáctico-morfológico
del valor
fonológico, puesto que, valga la expresión, el comercio comunicativo intersubjetivo-lingüístico no puede realizarse
sino en la moneda
de intercambio que supone cada unidad fonemática
dentro del sistema fonológico. En suma, concomitancia,
coordinación, no es anulación. Los componentes fonológicos
operan dentro del sistema fonológico en el que son
auténtica moneda de cambio,
pertinentes, válidamente destacables, y desde
el sistema fonológico, desde su pertinencia, se instrumentan
en el comercio comunicativo.
La pertinencia, en efecto, no procede del comercio comunicativo,
más bien todo lo contrario. De hecho, por más que
mi interlocutor diga tener idea exacta del contenido
de su mensaje, si no logra instrumentarlo bien o no
es capaz de instrumentarlo de forma pertinente, el
mensaje no llegará a ocurrir, sino tergiversado o
incomunicado.
Si la fonología supone una selección restrictiva con respecto
a la fonética, en correspondencia, no todas las posibilidades
del sistema fonológico son pertinentizadas morfológicamente.
Sólo un número determinado es morfológicamente validado
o pertinentizado en cada lengua.
Con respecto a la sintaxis, en consecuencia, no todas las
posibilidades combinatorias del sistema morfológico
son pertinentizadas sintácticamente. Sólo un número
determinado es sintácticamente validado o pertinentizado
en cada lengua.
Lo mismo ocurre con la semántica, dado que no todas las posibilidades
del sistema sintáctico son pertinentizadas semánticamente.
Sólo un número determinado, asimismo, es semánticamente
validado o pertinentizado en cada lengua.
Y, en fin, no todas las posibilidades combinatorias del sistema
semántico o sémico son pertinentizadas praxiológicamente,
puesto que sólo un número determinado es praxiológicamente
validado o pertinentizado en cada lengua.
Como ilustración del tema que nos ocupa, vamos a ejemplificar
con casos propios del sistema praxiológico, por considerarlos
ampliamente reveladores. Véase cómo no son pertinentes
praxiológicamente los textos 1A, 2A, 3A y 4A, precisamente
en las circunstancias praxiológicas en las que se
pertinentizan sus respectivos opuestos 1B, 2B, 3B
y 4B:
1A: Se molestó mucho y le ultrajaron.
1B: Le ultrajaron y se molestó mucho.
2A: Tuvo una hija y quedó embarazada.
2B: Quedó embarazada y tuvo una hija.
3A: Trasladó su domicilio a una finca rural y la compró.
3B: Compró una finca rural y trasladó su domicilio a ella.
4A: Revendió una finca rural y la compró.
4B: Compró una finca rural y la revendió.
En efecto, en los enunciados en A ninguno de los componentes
lingüísticos no praxiológicos tiene nada que objetar
a su composición, ni el componente fonológico, ni
el morfológico ni el sintáctico. Con respecto al semántico,
hay que distinguir: en una perspectiva de semántica proposicional, tampoco hay nada que objetar; pero desde
el punto de vista de la semántica polioracional o
textual las objeciones aumentan, debido a los mecanismos
anafórico-catafóricos, en situación crítica, que llega
a ser francamente objetable, si la semántica pasa
de su compatibilidad intensional a su valor veritativo-extensional,
haciendo intervenir la componente situacional, en
la especial situación enmarcada por los textos en
B, donde estaríamos en pleno dominio praxiológico
bajo el marbete de semántica. La incompatibilidad
de los textos en A, en consecuencia, procede únicamente
de su instrumentación al servicio de la capacidad
comunicativo-humana en su integridad, con todos sus
condicionamientos en función de las condicionantes
concretas del hombre en cuanto tal y dentro del grupo
intercomunicativo al que pertenece o en el que se
inserta. No es sino una confirmación más de la ya
aludida economía o rentabilidad de la capacidad comunicativa
de la Naturaleza en general,
que en la lengua parece como hipostasiada o elevada
a su máximo rendimiento.
Para volver al ejemplo de páginas anteriores, /gwápa/ se
opone lexémicamente a /féa/, pero no constituye con
ella oposición fonológica alguna; en cambio, opuesto
fonológicamente a /gwála/, por caso, no constituye
oposición lexémica, opuesto además, fonológicamente,
a /gwása/, constituye oposición morfológica, y, por
tanto, oposición lexémica indirecta, a través de sus
respectivos campos semánticos, en el seno de una misma
clase semántica /humana/; y así sucesivamente.
La definición del fonema
como unidad «distintivo mínima de significación»,
convierte la fonología en morfología, olvidando que
se trata de un ingrediente instrumental del mecanismo
lingüístico, una componente normalmente
integrada en el funcionamiento o comportamiento lingüístico,
pero no el funcionamiento total.
El fonema puede
ser descrito como «unidad tipológica fónica mínimo
distintiva», como definición entitativa
y no teleológica, puesto que debido a la función metalingüística del lenguaje,
esta «unidad tipológica» puede ser encarrilada hacia
las más variadas funciones expresivas, lúdico-reflexivas
u otras, y no únicamente en orden a la «significación».
La habitual definición teleológica del fonema como «unidad
mínimo distintiva de significación» implica introducir
un ingrediente extraño en el ámbito entitativo fonemático,
que, aunque normalmente, no necesariamente, contribuye al reconocimiento de una
oposición significativa.
De esta forma, la oposición legítima del fonema con respecto a sonido no procede de la oposición «distintiva
de significación» vs. «no distintiva de significación»,
puesto que determinados sonidos poseen valor distintivo
morfosemántico, como ocurre con la /s/ en situación
implosiva, en murciano, resuelta mediante aspiración
o apertura de la vocal inmediata anterior, en casos
como
[tỏ/h] /v/ [tó] // [tỏ/h) /v/ [tó]
V
V
V V
[tós] /v/ [tóδo] // [tóδos] /v/ [tóδo]
Lo cual no autoriza a decir que el sistema fonológico del murciano sea
distinto del sistema fonológico del español estándar.
La oposición de sonido/fonema hay que buscarla, más bien, del
lado de lo ocurrencial
(sonido) /v/ lo tipológico
(fonema), lo integral (sonido) /v/ lo abstracto (fonema), lo actual lingüístico (sonido) /v/ lo potencial o modélico lingüístico (fonema), y, en fin, lo «distintivo sistemático
lingüístico + lo no distintivo sistemático-lingüístico»
(sonido) /v/ lo «distintivo sistemático-lingüístico»
(fonema).
La definición del fonema
por su orientación a la significación, convendría
igualmente al sonido lingüístico, en su oposición
a cualquier otro sonido in genere, por la normal aplicación de que ya hablamos anteriormente.
El fonema, en definitiva,
es distintivo
dentro del paradigma fonemático que supone cada lengua,
independientemente de su instrumentación lingüístico-comunicativa.
Prescindiendo del normal
aprendizaje integral de la lengua vernácula, en la
adquisición de una lengua extranjera es lícito acceder
al dominio del funcionamiento lingüístico por el aislamiento
metodológico de las distintas componentes, llegando
a ser recomendable el aislamiento emisivo-receptivo
del sistema fonológico en su pureza sistemático-distintiva,
como entrenamiento acústico-articulatorio previo a
la ejecutoria lingüística fono significativa integral.
Lo cual no va en contra -más bien lo confirma- del principio
de que la necesidad crea el órgano o de que «al pensamiento
le nacen palabras», en la lapidaria acuñación heideggeriana.
En efecto, el lenguaje es una secuela del comportamiento
humano; lo cual implica la jerárquica coordinación,
que no subordinación o eliminación, de las distintas
componentes lingüístico-comunicativas, desde lo más
concreto -lo praxiológico o semántico textual- a lo
más abstracto -lo morfo-sintáctico-fonológico-, pasando
por lo sémico, en la especial selección que supone
cada lengua dentro del comportamiento humano universal:
post hoc,
pero no propter
hoc, aceptando, en suma, la instrumentación del
funcionamiento inmanencial, sistemático, paradigmático
y, por ende, autonómico del sistema fonológico.
De acuerdo con el lógico funcionamiento del intercambio comunicativo-lingüístico,
el final
de la recepción, es decir, la interpretación
de la estructura lógico-semántica, se propone justamente
coincidir con el comienzo de la emisión, entendiendo
que la semántica
interpretativa no es sino el correlato obligado,
como resulta evidenciable, de la semántica
genotextual. Pero la interpretación del sentido, o estructura lógico-semántica supone la percepción de la estructura fónica. Lo
cambiante es la estructura lógico-semántico-textual
o sentido, a merced de la intencionalidad lingüístico-comunicativa
del hablante. Lo permanente es el sistema fonológico,
morfológico, sintáctico y semántico como amplias zonas
de funcionamiento autónomo, así como las zonas de
interferencia mutua, la sistemática morfonológica,
morfosintáctica, morfosemántica y semiosintáctica.
Son los modelos que el hablante-oyente instrumenta,
sobre la base de su pertinencia o funcionamiento sistemático distintivo,
en su intercambio lingüístico comunicativo, como causa motriz de la emisión, y como causa final de la recepción.
La capacidad interpretativa
de las diferencias de sentido implica la capacidad perceptiva de las diferencias
de sonido, de acuerdo con el patrón diferencial tipológico-lingüístico,
que impone los límites de funcionamiento a las naturales
variaciones fónicas que supone la fonación - en contraste
con la emisión escrita- dentro del campo de dispersión(
[4]
) de cada unidad fonodistintiva.
Porque los fonemas
se distinguen entre sí, pueden ser instrumentados
por la lengua en su rendimiento comunicativo. Pero hay que distinguir, a mi modo
de ver, entre ‘fonema en el funcionamiento del mecanismo
lingüístico integral, donde es instrumentalizado’
y ‘fonema en su funcionamiento interno o funcionamiento
fonemático’, valga la redundancia, sin otra diferencia
que la que supone el ser «instrumentado» y el no serlo.
De ahí que en ninguna disciplina como en ésta se pueda
hablar con razón de progresiva evolución, y no de revolución, entre los planteamientos
actuales y los inmediatamente anteriores.
El tema que nos ocupa es centrado lapidariamente por R. Jakobson
hace más de treinta años: «Le fonctionnement du phoneme
dans la langue est un phénomène qui nous mène à
la conclusion: le phonème fonctionne, ergo
il existe. On a trop discuté sur le mode de cette
existence: cette question, concernant non seulement
le phoneme mais toute valeur linguistique et même
toute valeur en générale, est évidemment hors de la
portée de la phonologie et même de toute la linguistique,
et il serait plus sensé de l’abandonner à la philosophie,
particulièrement à l’ontologie, qui spécule sur l’être.
La tâche qui
s’impose au linguiste, c’est l’analyse approfondie
du phonème, l’étude approfondie du phonème, l’étude
systématique de sa structure» (
[5]
). Subrayado nuestro.
Luis J. Prieto esclarece el tema de la pertinencia fonemática
en los siguientes términos: «...tomando por objeto
el fonema, la fonología tomó por objeto una forma
determinada en que ciertos sujetos conocen ciertos
objetos, a saber, la forma determinada en que los
hablantes conocen los sonidos que producen al hablar
su lengua... Sin embargo, si es corriente, aún en nuestros días, escuchar afirmar que el recurso
al significado es necesario para la determinación
de los fonemas, es porque se parte de una falsa concepción
del objeto de la fonología... La tarea del fonólogo
no es entonces la de establecer clases de sonidos,
sino la de explicar clases de sonidos -los fonemas-
que encuentra ya establecidos por el hablante. ...
recurrir al significado... es
indispensable, no para determinar cuáles son, en una
lengua, las diferencias pertinentes, sino para explicar
la pertinencia...»(
[6]
). Subrayado nuestro.