Dolor lumbar

Las alteraciones raquídeas y, en concreto, las algias lumbares se han incrementado hasta ser consideradas un problema de salud mundial (Nissan y cols., 1999).

Tanaka y cols. (2001) indican que el dolor raquídeo representa un gasto considerable en las sociedades industrializadas, siendo una de las causas más frecuentes de atención primaria, la segunda razón más frecuente de baja laboral, y uno de los problemas más citados al analizar la pérdida de horas de trabajo.

Observaciones clínicas sugieren que la postura corporal puede tener un papel importante en las algias lumbares. La incidencia de dolor raquídeo es dependiente de la edad, de modo que la máxima prevalencia se localiza entre los 30 y 50 años de edad (Koeller y cols., 1986). El 90% de las personas tienen dolor lumbar alguna vez en su vida, y el 40% de estos casos se hacen crónicos (Young y cols., 1997). Lee y cols. (2001) afirman que la prevalencia es del 60%, siendo más frecuente en personas con trabajos de mayor demanda física, que implican elevaciones frecuentes de cargas, y que tienen una inadecuada condición física.

Un episodio agudo de algia lumbar se resuelve en unas 2-4 semanas en el 90% de las personas. En el siguiente año, el dolor se cronifica en un 60-80% de los sujetos (Hides y cols., 1996).

Los tejidos cuya alteración generan dolor raquídeo son: el cuerpo vertebral, cápsula articular, las fibras periféricas del anillo fibroso, las facetas articulares, los ligamentos longitudinal común posterior, común anterior, supraespinoso, interespinoso, músculos y nervios raquídeos (Ebenbichler y cols., 2001).

La exposición del raquis a vibración de baja frecuencia durante un tiempo prolongado es un factor de riesgo asociado al dolor lumbar porque conlleva problemas de nutrición discal, grandes presiones discales, salida de neuropeptidos, incremento de la deformación y cambios histológicos (Wilder y Pope, 1996). Tras la exposición a una vibración que afecta a todo el cuerpo, los músculos se fatigan más y aumentan la compresión discal, reduciendo su capacidad de absorber y distribuir las cargas.

Algunos estudios sugieren que para reducir el riesgo de dolor lumbar debido a la actividad de conducción de vehículos habría que: 1) minimizar la vibración alcanzada por el vehículo; 2) evitar recoger cargas o realizar movimientos de flexión de tronco inmediatamente tras un período de conducción; 3) andar unos minutos tras incorporarse del asiento (Wilder, 1993).

Sjölie y Ljunggren (2001) sugieren que una insuficiente fuerza y estabilidad en el raquis lumbar es un importante factor de riesgo del dolor lumbar crónico. Recientes estudios indican que el dolor lumbar inespecífico, no estructural, puede estar asociado a una excesiva fatiga en los músculos raquídeos (Benson y cols., 2002).

La degeneración discal suele comenzar durante la segunda década de vida, y se incrementa con la edad (Elliott y Khangure, 2002). Los cambios más marcados se presentan en el núcleo pulposo, mostrando una reducción de la concentración de proteoglicanos, agua y número de células viables. La degeneración discal reduce la presión en el núcleo pulposo y genera una concentración de estrés en el anillo fibroso (Adams y cols., 2000).

Los cambios degenerativos más comúnmente asociados con sintomatología álgica son la hernia discal y rupturas del anillo fibroso, procesos que se hacen más frecuentes con la edad (Videman y Battié, 2001). En los varones, los discos presentan signos de degeneración una década antes que las mujeres y, además, varones de una edad concreta presentan mayor degeneración que mujeres de la misma edad (Cassinelli y cols., 2001).

En base a diversos trabajos de investigación se he podido establecer que la degeneración discal, protrusión y hernia discal son frecuentes en personas que no padecen algias. La distinción entre ausencia de síntomas y ausencia de disfunción es particularmente importante (Young y cols., 1997), ya que no se puede considerar a una persona asintomática como carente de alteraciones raquídeas. De hecho, con frecuencia los discos de personas asintomáticas presentan cambios bioquímicos, estructurales y radiográficos similares que los discos intervertebrales de personas con algias vertebrales (Cassinelli y cols., 2001).

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