Introducción

Durante los últimos años se está asistiendo a un resurgir de las relaciones entre la actividad física y la salud, debido a la creciente preocupación que han despertado los temas relacionados con el bienestar en la sociedad. En ello ha jugado un papel fundamental el incremento de las enfermedades propias de la evolución de una sociedad sedentaria, el apoyo que ha recibido la medicina preventiva para reducir los costes de la medicina curativa y la extensión de un concepto más abierto y dinámico de salud que se ha orientado a la promoción de ambientes y estilos de vida saludables (Devís y Peiró, 1993).
El hecho de que una persona reconozca como adecuada la práctica de actividad física para la salud no constituye un factor decisivo para que realice la misma, tal y como demuestran diferentes estudios sociológicos realizados en niños y adolescentes (Casimiro, 1999). Un gran problema es que los perjuicios derivados de un estilo de vida sedentario son dilatados en el tiempo, y una persona no es consciente de aquellos hasta que los sufre directamente. De hecho, muchas personas adultas se incorporan a programas de ejercicio físico, bien dirigidos o de forma autónoma, en base al modelo de creencias en la salud y el de autoprotección, en los que la motivación es el riesgo de sufrir o tener alguna patología que disminuye su calidad de vida. Estos modelos no se evidencian en los niños, al no padecer, como norma general, enfermedades crónicas que disminuyan su calidad de vida, siendo otros factores los que determinarán su estilo de vida.
La práctica de actividad física de forma continuada, con unos criterios cualitativos y cuantitativos adecuados, se ha relacionado con una mejora del estado de salud y bienestar. Por el contrario, el sedentarismo se ha relacionado con un mayor riesgo de patologías metabólicas y cardio-vasculares, que si bien se manifiestan en la edad adulta, tienen su origen en edades tempranas. Según Delgado (1999), para prevenir el sedentarismo y los problemas de salud asociados, es preciso conocer en qué momento deben ser adquiridos los hábitos de vida y, concretamente, los de práctica físico-deportiva. Cualquier análisis debe comenzar por el conocimiento de cuál es el nivel de práctica de la población objeto de estudio (en este caso, escolares de primaria), y los motivos que aducen para realizar ejercicio físico.

 

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