Fisiopatología de la obesidad infantil

El tratamiento de la obesidad durante los diez primeros años de vida reduce la obesidad adulta en menos del 10%, mientras que la corrección de la obesidad durante la adolescencia la reduce entre un 30 y un 45% (Tinajas y Tinajas, 1993). Si no hay una intervención temprana la obesidad infantil persiste en la edad adulta, lo que aumenta significativamente el riesgo de padecer enfermedades de tipo metabólico (Hernández, 1993).

La obesidad que aparece antes de los dos años tiene un escaso valor predictivo. Sin embargo, a partir de los cinco años, el niño obeso tiene un elevado riesgo de seguir siendo obeso en la adolescencia, y, a su vez, el adolescente obeso de llegar a ser un adulto obeso (Hernández, 1993).

Si se consigue reducir ligeramente el ritmo de almacenamiento de grasa entre los cinco y los doce años, se podrá corregir fácilmente la obesidad y, sobre todo, se evitará que el niño inicie la pubertad con un exceso de grasa, que en la adolescencia y en la edad adulta es muy difícil de corregir (Hernández, 1993).

El hecho de que la obesidad que se inicia durante el período lactante tenga peor pronóstico y responda peor al tratamiento puede explicarse simplemente porque, cuanto mayor es el tiempo que se ha estado acumulando grasa, la obesidad es más intensa y es en estas formas en las que además de hipertrofia existe una hiperplasia lipídica. Pero eso no guarda relación con la edad de comienzo de la obesidad, sino que refleja la respuesta del órgano adiposo a una sobrecarga energética intensa y prolongada (Hernández, 1993).

La sobrealimentación a cualquier edad, provoca primero el relleno de los adipocitos existentes, y cuando el tamaño medio de estos se aproxima a un volumen crítico de 1,6 µg, se produce la división celular y un reclutamiento de células del pool de adipoblastos.

Durante la adolescencia, se produce una redistribución de la grasa de la periferia al tronco tanto en chicos como en chicas, aunque en los chicos esta redistribución es mayor. Como resultado de ello, los chicos tienen una distribución de grasa corporal central mientras las chicas presentan una distribución periférica. En los adultos, la distribución típica del hombre ha sido asociada con el incremento de la enfermedad coronaria, diabetes e hipertensión.

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